viernes, 25 de abril de 2008

PERFIL DE LA MATERIA

.
Por Édgar Guzmán


1

INVOCATIO

1.0

... Y onduló la serpiente, embebida en su ser
veloz cuerda de miel en un crisol de orquestas,
fiel nervio desollado sobre el hielo vigil
de la historia, y no más que luz que sobrevive
al símbolo y la tea; embebida en su ser
disciplinado garfio que arranca crasos párpados
y enseña la obediencia a la memoria.
Y luego se tornó persiguiendo el perfil de la materia,
en rastro futurísimo y añosas previsiones, y esparció,
desenlazando albores, esfuerzo circular, sabiduría
espiral, escaleras de noches y fortunas y pavesas,
y la cura del alma encapsulada. Entonces
desplegó retorcidos ríos de linfa fiera hasta tu ojo prestísimo,
dando de cabezadas contra tu blanda bóveda,
ilustrando tu haber jugoso y sápido,
con la tranquilidad de mecidas palmeras
vueltas a una persiana que oculta ansiosos torsos;
y se extendió infiltrando otra vez otra voz itinerante,
de un protozoario rútilo a una cefeida viva,
obsequio seminal en tu matriz arcana,
cuyo rumor tu hombre oirá en algún punto
del pozo ebn que moráis...



1.1.

El pozo gira insomne alrededor
de su agua atribulada. En el fondo, tañendo,
colmado campanario se repliega en su música;
muda implosión de bronce reconcentra en el aire
violas, luces y huertos de la tarde. Y una muchacha sola
se rodea prudente de áridas construcciones, de alamedas
que sosegadamente se bambolean en ciudades sumergidas
en el mar, de aparejos, de acaecimientos y miradas
no siempre gratamente sorprendidas, de humo,
de oropeles de veras oropeles, de rocas gravedosas
para una mano exacta.

Tras la lluvia y su beso entre los labios,
con murmullo de peces en un lago de pétalos,
muchacha, flor, crisálida, el instante es llegado;
es de nuevo la hora lúcida en que el crepúsculo
llega a tu frente clara y se esclarece.

No requieras de mito solícito, no quieras
metafísica boca blanca sobre una herida soledosa,
como so sean vino del que embriagó la infancia
para habitar cavernas de irracional pavura en la nocturna
madriguera de sombras sañudamente ignotas; no requieras
el mito: que en tu mano devenga candorosa
o cruel homeopatía para mitos,
un pisado lagar de vida o placer puro,
pero no una capucha de yerro o de verdugo
ni alucinada pócima para extrañar vencidos. Quiere
la verdad pura y seca, la austera geometría
de la lengua aplicada a las estrellas
y la abstracción filuda que arrebatan
alertos cuervos sobrios de recuerdos y cosas, de los aconteceres
que remecen el templo de calles y cabellos,
expandiendo ancha onda, cálida y polvorienta,
e inalterable efecto que nunca se repite.

Océano en tu oído, desierto en tu mejilla, muerte en algún ramaje,
quiere la verdad pura, húndete en el fragor de este imparcial encuentro
del mundo con el mundo, en ti, pleno universo contracto de tal modo
que aquél sólo es discurso que se instala cantando en tus retinas,
mundo a su vez, materia que dispensa directa la medida
de diluvi y de gota; la del árbol, el bosque trasnochado, la permeabilidad de los sucesos, la paz dura
de ser manso guijarro en el estero, la de queda
querencia de un calvero en que dulzainas pacen.

No renuncies, con todo, al sueño; no renuncies
al vislumbre de niebla condensada hasta ser
una suerte más rica de realidad, fortuna
más completa que el presto pterodáctilo, ensueño
de un perplejo reptil sobre el suelo clamando
otro raudo destido; que la honesta ponzoña, ensoñación
de la casta azalea que se supo indefensa; que la garra
más veraz y soñada del halcón. No renuncies a ti,
voz a la que la magia de ser convierte en himno
dentro del que musitan las esferas celestes.



2

DE RERUM NATURA

2.0

... Y descendió a los suelos; se sumergió en las lágrimas
de este valle, este pozo, en que también la sangre
enrojece caminos voluptuosos, y en paz los rododendros
dulcemente soportan el abrazo del tiempo enajenado
y el contacto ambarino de sus cabellos tibios; y miró, y maldijo
sin acritud, vertiendo legalidad balsámica en la herida, y bendijo
sin el vicio materno que pierde hijos, y dijo parcamente
lo que el gorrión al viento...


2.1

2.1.1

Desde lo vegetal también se mira. El árbol
volvió sus cientos de ojos castigados por la tarde violeta:
lo vio correr desnudo persiguiendo furor despavorido, y, provisto
de confiada esclerótica, reír ya, de un amigable modo tal vez prometedor;
lo vio tender un arco, huir, asir, abrir en un altar la carne núbil,
el horror sin retorno y, en secreto, sensual; y aun lo vio
acercarse culpable, justificar el hacha con voz profesional
y hacer de él un cadalso, cuyo perfil, de noche, penando se ensombrece,
se desciñe y desvela, sibilante ante rachas
de oscuridad y vuelcos de cruda excitación intimidada
o espera de muchacha que perderá la flor.


2.1.2

El árbol los miró. Vio a Federica
Brio, su justa mirada sobre el sueño y la duda; vio
la inacabada barba sumergirse en la tumba rápida de Evaristo
Galois; vio a los pilotos remontando maderos enfebrecidos. Vio
su vendaval alzando cabelleras y plácemes, solícito aventando
funciones atareadas, conectivas y casas alegres bajo el sol
o creciendo con cielos de tormenta; ventosamente hallando y apagando
los faros de la adusta teoría, puerto de corazón sólido sólo
hasta la hora del pan o la del juicio. Vio al albino primate
renegando del fuego que robó prometeo, ignorando entre máuseres
la agilidad armada que lo aparta del híspido chillido en la maleza,
la brisa que lo lleva como en un sueño en llamas
a los alrededores y aletazos inertes de la Tierra; lo vio
renegar de ese fuego, lacerado de fino desconcierto, de lluvia dolorida,
y adivinarse luego cada vez más humano: aquella resobada
pequeñez estirada hasta la letra odiosa y el torvo pagaré; lo vio
temer el lustre parco de engranaje puntual que, seducido,
lo amenaza y lo aplana con frío de matálicas pupilas. Vio que aún
la paz no ha madurado tras esa madurez que anidó en el acero
y no más permitió que el desmayado tronco lo aplastara o el rayo
lo alcanzara en el aire como a liebre aterrada. Lo vio olvidar el fuego
que ahuyenta los terrores, las hidras, los bestiales
bramaderos de cruces de malquerencias y féretro,
los alaridos póstumos de acérrima carroña
en los derrumbaderos, las ratas que son llaga
en los rostros queridos de los gatos;
y olvidar que por él este rescoldo
dormita en el fogón, plácidamente, y embellece un clavel
acuñado en un búcaro maternal y fragante; que por él, por su amor,
remotamente antepasado mansamente encalace.


2.1.3

El cedro de la mesa lo percibe. Advierte
su risa despoblada, la encía soñolienta a la cual el coñac
colora tras la prueba y el ansia persuadida de la doctrina ardiente,
que le hará con calor vagaroso y esbirros del reino poner pies
con asidua influencia en polvorosa, amando, como un niño imposible,
aún a aquella gaviota que el mar, sólo, obsesiona; a aquella
fumarada que escapa voloteando
hacia la obstinación de los insectos.

La madera lo mira desde el tierno ataúd;
lo ve partir volando en un capillo azul hacia Centauro,
hacia Orión, a las Pléyades, cuidadamente pálido,
con los cruzados dedos meditando azorados sobre el pecho,
por fin meticuloso y preciso, por fin
mortalmente sereno.

Lo ve, desde la puerta, bogar, ya indiferente,
ya vago, ya cogido por el miedo, cesante;
lo ve morder manzanas discretamente heridas;
lo ve pasar, navío de repente al garete;
lo ve, lo ve, y es una criatura; alguna
muerte se justifica. Aguarda un nacimiento.


2.2

2.2.1

Ciudadano y ciudad, musgo en la roca,
en la humedad del pozo se aglutinan amándose; y su caricia mutua
sabe del interior del ala del murciélago
curiosamente suave en boca sensitiva. Todavía,
como facilidad de ave lagartijera o légamo
acomodado al vientre del batracio, como polvo intocado
en muchos años, muelle, se asienta una adhesión,
cierta calma o respiro igual al del que bulle
luego de muchas lunas debajo del paterno
techo que sostuvieron salvajes tutelares. Y un gesto de firmeza
muy próximo a ignorancia o irresposable dicha
se eleva por los aires, mientras que por lo oscuro
redondo epitalamio, carril, locomotora, extensa cabalgata,
fantasmas neblinosos, ululando se mueren; y sangra esta cultura,
plena de bullonados, en que bailan minuetos con un candor sin límite
gravedad y almidón que, al obrar el prodigio sombrío del silencio
devolviendo las flores a la tierra, se tornan revolcada pelambrera,
de la que la fortuna redime blondas flámulas, desde el alborozado
arrojadizo ingenio de hipnótico zumbido del neolítico hasta
el móvil corolario del agua electrizada.


2.2.2

Y en la ciudad, que es mina y rascacielos y chaqué y aradura,
el ciudadano guía el altanero bigote citadino, como vela infatuada
de bergantín estriado en aura de cañones, o adelanta los dedos
que la tenacidad de las piedras redujo a gancho o desengaño.
Se adentra en oficinas, repartiendo destellos
de rentables sonrisas, de ingenuamente orondos zapatos, o perfora
los viejos pavimentos ante las faces llenas
de admiración y de ojos de niños recostados sobre la holganza. Y luego
retorna al satisfecho chalé más que agredido
por la moda o al agrio tugurio que aún se encoge,
donde un barrunto o sombra de galluno espolón
le instila su costumbre, maretazos de ausencia
o el temor impalpable de que el hastío mate al dar la hora,
aunque su ángel guardián, celosamente,
combate el nacimiento de su muerte y aquellos
sus trajines de araña todavía. Y escucha, lee, mira
a sus intelectuales disueltos en sedantes
maravillas que se autocongratulan,
enteca fatuidad envuelta en letras,
en el comensalismo cultural: de cómo
hablar de todo sin saber de nada, de cómo
ser noticiado pero no enterado y de cómo escurrirse
de entre la huraña barba de síntesis maduras, alquilar
una protesta módica por los males del hombre,
una agudeza, obtuso tesón de reciclajes;
comprar un tic mental, dos aborrecimientos,
gerrillas de salón, un catecismo musicalizado
por un dominador; dar al ojo una pátina
para dorar el mundo; elaborar despótico
gusto fugaz, y siempre, siempre simplificar.



2.2.3

E inevitablemente
se siente aprisionado en la tertulia
de los peces que enreda la vergüenza, y luego se pregunta,
con la misma ansiedad de una noche de duendes,
por qué está allí entre golpes de agustia, de neón, de hojas de diarios
y abrazos de infalibles vecinas socorridas, laxo en la presa laxa
se mil banalidades: oh siega de testuces, oh mudos elusivos
de lazos y lombrices y comparsas y, en lo hueco, oquedades
que hace mucho se muerden la cola desde lo alto de su escalón; oh guerra
seria, animosamente, marcialmente trivial,
a la trivialidad del aire no entibiado por el dolor de nadie.
Y se pregunta aun, estranguladamente, victimado
por la raída luz de su mirada,
por qué está allí, arrumbado y sobajado entre la lozanía
de vocingleramente desmesurada carne que aprietan deseosos
fallos de aprobación en las aceras;
por qué está allí sumido entre genuinos
centauros cestruendosos de producto aturdido
y -cual terror de párvulos que un reloj acuchilla-
de consumo atareado que invocan rebeliones
cada vez más cegadas por crudas trompetas
en orejas y ombligos de opulencia sentadas sobre el hambre
estrictamente al día de atrasados;
por qué está allí entre tantos vivientes empedrados
burdamente en los muslos del lance y de la histeria,
en cubiles de cínico esmoquin de primera, vivientes que, no obstante,
porque borrascas quiebran u ondea el mismo pelo,
se amparan con la misma inconsistencia ciega, ásperamente
gregarios, o ateridos se conmueven y calan, si solos frente a frente,
igual que margaritas retrasadas en un invierno de ánimas, o acaso
como tiembla un perrillo bajo una mano amiga;
por qué está allí, entre tantos
gallardetes cercados de incomprensión o pánico y tantos especímenes
de cimbreo doliente, de marfil mancillado, con la nuca a la altura
de la raíz del miedo, deshechos los talones en la gruta del llanto
por el prejuicio amargo, la cerrada dureza de un indestructible
malhadado motor impropiamente inmóvil.


2.2.4

Mas cual veracidad ebria de júbilo, la claridad le grita,
y mansa pertenencia anuda estas instancias soterradas al hilo
de extensiones jugosas, red sin confín mezquino, estructura que entona
su trama, aplicación y alto relieve, y sólo solicita
amor y arrobamiento de niñez descubriendo
el juego de la letra en la palabra, el juego
de la vida, el lenguaje, su olor, entre las múltiples
radiaciones y lluvias de finura.


2.3

2.3.1

En el pozo se inquietan
avisperos de arrullo subacuático,
y pululan, nacidas hombro a hombro, palabras,
grillos abarrotados de elementales miembros anaranjados, grillos
por cuyos rubios élitros se transparenta el mundo; tenuidad
y dorada secuencia en que es línea el volumen,
y esta línea, retículo que vuelve sobre sí:
un cometa velado progresa con la misma
seguridad del tono que penetra un oído ilusionado;
una nova retumba en los claros atónitos de la memoria, estalla
con un fulgor más viejo que precursoras bayas
sobrecogidas u hombres pendientes de los árboles; y un hálito
de nucleones furtivos, ciñendo conjeturas y fusiones,
sustenta pesadillas de domésticos soles, edifica veloces
catedrales con órganos, batallones fallidos y sollozos y blandos
zapadores que acoplan los rincones del lodo;
allí el ramapiteco blandiendo la inocente
madera bienamada de entusiasta garrote, y allá la criatura
que, aunque con repentina amplitud -diligente
Atenea entre iris infatigables-, solo, fría escarcha enjoyada
que somete metales, hablará a los seis años:
milagros de captura y flores de grandeza
-distraída en valquirias redondas sobre el pasto-
eclipsarán la bronca y asendereada fibra
de lo humano, y -fermento de invisibles tentáculos,
y no sólo arrojado semblante aventurero- aún a los cuarenta
será un adolescente con casi una sonrisa serena como de quien
contristado rotula aquellas bayas trémulas que un día
descendieron de un árbol en naves espaciales,
estercolando el cielo con untuosa hidalguía: escarabajos
de oro penoso y oro.


2.3.2

Se sublevan palabras
como tropas de aceros imantados:
toman la iniciativa frente a la bruma, alternan
los ritmos programáticos de las suelas y marchan:
una ley flagelada por su hermana,
un complot de alias dentro de un modelo,
cándidos datos observacionales,
hallazgos detestando teorías,
una banda eventual de aminoácidos,
un beso demorado por bacilos,
un quark acurrucado en un protón,
cibernetas y androides intercambiando planes,
un judío vendiendo el álef, integrales
definidas, audaces ciclistas pedaleando
ecuaciones empíricas, muescas en el cristal
de la abstracción más púdica, cuantores, algoritmos,
circuitos, predicciones, limpio cuajo cromático;
etérea envergadura de himenópteros fijadores de imágenes:
que no se desvanezcan
en la ensordecedora catarata del olvido, del negro
agujero del cual la luz no escapa;
que no se descabalen ni cercenen
recuentos ni balances; que se eleven y dejen
aguerrirse los signos en otras aventuras
e hincharse los ovarios de la concupiscente
tecnología, táctil en entretelas dadas
al placer y al tormento para mejor parir
rayo enceguecedor una nube nigérrima,
en realimentaciones con que la ciencia piafa,
alza los remos delanteros y avanza, briosa yegua que
trillará las estrellas.


2.3.3

Con la lengua se peina la materia,
la de la presurosa delgadez,
y hermoseada deviene sílfide más atenta
a sí misma y atenta a su atención.
La conciencia, qué obraje de ardidas diligencias
de líber duramen y de idas y vueltas;
qué facetado espíritu, grato a la virginal
dicción de los antiguos, cuando se descarriaban
entre factor y hechura, en gruesos deletreos
del bies del maderaje, y erguían más allá
de su reificada visión lo sido y lo ente,
y lo ente y lo seíble. Oh, qué mente velera en las interacciones
del sistema inercial llamado "vida",
esta materia armada hasta los dientes,
que deforma el espacio de su entorno,
y en cuya curvatura tu garganta es campana
y tañe sobre un fondo que es amigo leal:
oh materia de nuevo aristotélica
en su amblar en modélicos arneses,
hábitat de sí misma en sus estratos
de partícula a todo entre sus redes;
concurrencia de escorzos que avivan, guían, lanzan
líneas dentro de líneas, patrones en patrones,
en cuyos hilos rielan los días que vendrán.


2.3.4

Sin embargo,
progenie de lentísimo
huracán, en el pozo
efervesce el lenguaje:
eleve rosedal en que la alondra
extravía sus pasos irremisiblemente,
confundiendo
desprevenidos fresnos con guitarras, neurales
cabriolas con panteones de huecos mariscales;
persiguiendo
la última realidad de senos diamantinos
soñada entre los sueños en que la renegrida
piel se contuerce y cruje en bífida mudanza;
descuidando
parecederos rostros de que se fragua en mundo y le subyacen
o son prístinal llama en la instada pupila. Mas, también,
avispas por las flores conciertan aquelarres y despiertan
adormecidas carnes y matan fuegos fatuos y degüellan
hipóstasis fatales; y tras su espesa estela
abstractos generales o onfantes extasiados se dilatan
por colinas que anhelan despejadas y acogen disciplinadamente
su luz feliz, millares se sumisos feflejos
en su espejos trizados, o se enderezan naves
de pastoso sonido, olas de golpe diáfano, un racimo de voces
o una apaciaguadora mano segura sobre
la cabeza de un niño.


2.3.5

Mas palabras, lenguaje, flora añil que trasciende
la mirada animal certera y buena, carabelas de aliento angelizado,
caravanas de ideas dactilares, pendones farfulleros,
arrogancias ahorcadas en solapas, debajo permanecen, hechizando
atmósferas que a valles queman y transfiguran. Y de nuevo
recuerdas: a lo sumo son feroz artificio y aun acre natura
con más colmillo y baba que el eficiente lobo, o mecánica
acción y reacción que adormecen su zarpa en tus oídos,
izando ciudades con esta agua corriente,
engañando, extendiendo sobre tu nervio y músculo
un impensado cielo de arcaico azul turquí. Y atraes, no menedas,
en las cuales se encorvan deleitosas siluetas para dedos prolijos,
con enlabiado aplomo de riqueza en sí misma,
sino milimetradas coordenadas que espacios
entrecruzan con mundos multidimensionales, un registro
de registro y madera registrada, o la gasa
de amorosa cuadrícula que cubre, pero apresa,
la carnosa sonrisa de Suleikal Y entonces,
tu extrema lucidez ya ni siquiera triste
tramonta, y se enriquecen -cántico intempestivo, beldad bruja-
de materia tus ojos y asimismo de signos, esa misma materia
con que materia activas, como sonado látigo con dedos y zarcillos, como ágil
hervidero de pulsos y floresta incendiándose,
como una fiesta de átomos, como cuando en palacio
danzaban y en la aldea del margrave danzavan.
Así, espadas de luz sanjan el humo, sus lentas convecciones,
y perlas enguirnaldan firme naranjo enjuto.



2.4

Cerniéndose en la noche que hiende y precipita
nombres, vencida bruma del tránsito y las horas,
el poeta que habita en los poetas
demanda por el vaho del rastro desplomado
y apresta la larvada ansiedad auscultando
su voz alucinada que vuelve de una estrella,
o el gemido sutil que en el resquicio
de ajeno ventanillo reverdece.


Y palpa entonces
su fugaz ser total, su ancha pupila
y el cráneo donde notas o labios ardorosos
o colores o el denso reclamo de las simas
-tocados de palabras, de odas, de ontologías,
de escalofríos que uncen la lerda estofa al canto, al teorema
o al alba cabellera de los dioses-,
se desmenuzan y unen sonoramente. Y sabe:
allende el sofocado apremio en las pestañas,
allende el temple y tono del tímpano indagado,
allende el dedo claro que desmadeja y urde
con el absorto amor de un niño deslumbrado,
aguarda una maraña el ser desmarañada; aguardan
una vaga pradera, una montaña, apacibles que este hombre
adelante su erguido, su cumplido poema,
con urgente avidez de ave encelada.

Pero entonces, también, en la intangida
zona que se refugia en la esperanza, advierte
solamente amorosa concesión; solamente
aquel alado embrujo de rebullir zumbando
cual rojo insecto incongruo de dichosa lujuria;
oh caro Acteón, ya bravo entre la hirsuta
jauría que la luna enardece. Oh inútil mano
de luz enamorada.


2.5

2.5.1

Nubes crueles, jinetes
amarillos, banderas
se aproximan de oriente batiendo cañas trémulas; flujo oscilante, mar
de llameantes espigas diagonales y sangre; ya a las puertas,
rumor y polvareda, bocas secas que alinean timbales, Samarcanda,
qué ásperos pies te huellan con la furia
de infundado Caín contra el hermano dulce,
aniquilando arriates, amapolas, santones
que el estupor agosta, cristalinas
carcajadas de dientes parejos y delicias rosadas, y laúdes
que alborotan las hojas del cerezo, y mujeres
partidas por la luna, amando entre ciruelos
que de pronto enrojecen;
derribando el placer de las noches de iris dilatados,
entornados y quietos bajo el estrecho abrazo; asolando
confusos estandartes aterrados y doncellas desnudas,
niñas, muertas, sin duda, pero también hermosas; arrasando
murallas y corazas, atalayas supremas y campanas
sorprendidas, plegarias voladoras, penachos
tendidos sobre el viento con cultivado empeño.


2.5.2

Los llanos hemisféricos del mundo se coagulan
en guerras frías, corren ventisca y odio; sangran
unas horas que son compactos siglos, grietas,
que miran con los ojos grises del humo, aterran
convivencias, la historia se atolondra, fulguran, se entorpecen
cruentos armagedones; la insania obligatoria monta sobre la médula
agresiva del simio más erecto y más próspero:
helo aquí rasurando la campiña:
un voltaje pulsante zarandea su tronco; se asegura
de la supervivencia de espécimen y especia: ved, se encima,
se olvida de su frac y se desurbaniza; rompe un fagot, rompe una
espineta con velas, desguaza uno que fue
bandoneón denodado en el fragor de un tango;
y rápida corneta lo excita, sus vibratos
convencen piras, y él
en su furor se aureloa con su fosco abolengo,
guarece sus recelos tras masas y misiles,
y espolea un horror en que ha de tambalear
incluso su relato formal: depredador
simbólico o real, queda arriba, chafando la sangre enajenada;
y debajo, congénita paranoia es el pan
suyo de cada día.


2.5.3

Apenas polvo avieso o pezuña contra boca,
el daño de los hombres fantasea tan sólo, trotando en histogramas
aciagos por los muros del palacio del tiempo. Pero, oh desgobernado
infortunio que próceres llorarán en sus tumbas, no asciende a lo sublime
jurado en el intrépido campamento del fuego: se desborda,
bramando asordinada con equívoca altura, una prolongación
de la ley provamente certera de la selva. Es la misma
escrupulosa y muda llamada con que osos sordamente barrocos
destruyen fervorosos nidos de hormigas, con que medran
-porque la inveterada fiereza de las fauces prosigue tempestuosa
violando el mandamiento que disfrazó el decálogo-
plantígrados locuentes de gula oblicua a expensas
de otros que se contraen de dolor hasta la ira
que detona en cabezas, esas en que despierta y se corona
un día de fusiles, y a veces viceversa: saurios engominados
después de tantos diente.


2.5.4

Pero, como en la historia que no acaba,
como dentro del vaso en que la gota que rebasa no importa,
no es sólo un galeón de agolpado rugido;
no es sólo un galeón de dolorido tuétano neutralmente sorbido,
de importuno balido que aplaza y compromete la eficiencia del buitre,
sino también oleadas de cochambres sinérgicos, de suero apretujado,
de presencia apiñada en el caudal de vívida jalea demográfica:
de pelo hereditario y pulpa antigua, se amasa la impertérrita
y maciza marea que con sesgado método de estupro decoroso,
percutiendo en mejillas y misivas privadas,
inunda directorios, salas de amantes mudos, hemiciclos
de equitativos micos adheridos a sendas bananas o garitos
con dados que acribillan a damas sonrojadas;
trastronando pecheras de lacayos magnánimos,
lame muros honrados por venerable moho, respetables rodillas,
escalinatas, mesas oficiales, pasillos, modulados graneros
y hospitales guarnidos de pantalla y sovoz;
torturando el olivo y la paloma,
invade carreteras, cinemas y retretes, trascordadas
trincheras, parapetos, días de nieve y lodo;
devorando las lindes entre ceño y guadaña,
arrastra papeletas, expediente mucleares, intrigados
busturíes, granadas, broches confidenciales, ceniceros;
en este submarino
versallesco jardín que creció por sí solo
con olas admirables de fraternales rizos y escarceos
solidrios, de arreglos homeostáticos, tumbos
inconscios y felices: edén sin el flamígero
despojo o querubines; resacas de preciso automatismo
que en lo alto cabrillea, y adonde nunca llega
el arcángel con alas desplegadas; probadas llamaradas
o cascadas de seda triunfante entre arrozales de regularidad,
equinoccio y solsticio del instinto y del rígido
hábito que jugando otrora fue un estilo de mirar, cierto gesto,
caídos de la fronda tenaz de un avanzado.


2.6

2.6.1

La tarde se conmueve por etapas, por bien
y miel de laboriosa ventura: formación
de abejorros vibrantes restallando en las yemas
redondas de la música; y cinturas tocadas de gozo minucioso
ceden hablando, mirtos en manos investidas
de sudoroso tiento; candente, se amalgama morena ya mordida
con salud y con brasas, y el paso tiene el aire
del simún que fustig la tienda en la canícula:
qué agitado suspenso, caducidad en vilo,
mas tiempo detenido como una loca luna
de crispado paisaje en bambalinas
que se sueñan eternas.


2.6.2

Allí la paz, cuitado y cortés sedimento
de pasiones añejas que valsan contenidas; allí padres,
intrincados oleajes consanguíneos, amor esperanzado,
de brillo comparable a miradas de pájaros maquinalmente atentos,
y el amistoso aceite que se extiende en la humilde
certidumbre allegada irresistiblemente a los humanos cuando
perciben que en el dorso de su faz aquerrida son habidos:
escuela de nobleza, templete inverosímil, en que, no obstante, negros
búhos de pluma pérfida se atraviesan graznando.


2.6.3

Allí te redescubre la desazón: escasa,
la amistad mineral entre cadenas
de urbanidad; contados, los amigos;
mucha amistosidad sin paladines;
genérica papilla de pandorga
que de un momento a otro rasguña;
cinismo utilitario, socializada forma
de ser antisocial, como un querer de madre
esquizofrenogénica perdida en la molicie
de vivirse fundada; operatividad
que descalza camina por el filo
de una hoja de afeitar; ciega o artificiosa
internalización de portalones sobre la aspereza,
en los cuales te apoyas temeroso:
que no cunda el desánimo
en el corazón de esta lubricante bondad
o pasión egocéntrica que corteja a la imagen
del amante que nada en medias tintas,
en el corazón del que modoso se zambulle
en una gratitud de patos feos,
en tanto que tu sed no contravenga el código
de un hampa recatada de intereses. Digo,
te apoyas temeroso sobre el nuncio de un lapso
de inconsecuencia, acaso por un imaginario
quítame allá esas pajas; tal vez porque supuran
pesquisas que restauran una facies virtual.
Cuán acaso lo auténtico; cuán llegan milagrosos,
qué anticuados, los votos, la lealtad sin tacha;
cuán pelado el abrazo puro y sin compasión,
física simetría que postula la vida.


2.6.4

En la tarde estás tú, la vuelta en que confrontas
de sopetón tu espejo menos caro:
otro sujeto vivo. Es un árbol, deambula, e inopinadamente
te mira y se estructura como hierba vinilítica
que suplicara desde arenoso bajío y reclamara
de ti una más precisa forma de abnegación:
sólo amor a la cosa plana que eres aquí;
el apropiado amor, el amor libre
de frustración o complacencia, el que tienes cortado
por lo sano; pacífico, como el invicto amor paterno o como el año
transcurrido, no obstante la fiesta de cumpleaños;
sólo amor a la cosa preestablecida que eres aquí, porque
cosa es tu corazón, cosa es tu vida, el sueño
en cuyas ingles posas tu mano temblorosa,
y, no te mientas, cosas serás mientras tu cierto
futuro continúe de espaldas frente a ti.
Y en la tarde -es polar, es un orbe- te topas,
ya no con un espejo, sino con una sombra
de oleosa perspectiva: un individuo
de creencias, un cíclico minarete que aúlla
pavor sobre azoteas; un diferido engendro
de mendaces opciones, un rueda, cuchillas
de cortes rotatorios en un túnel de acero;
un vapor de renuente obsolescencia dentro
de un mundo más veloz que la doctrina
o más versátil que su extremaunción; indóciles
cuadrigas de opiniones que aquel iluso engancha,
entronca y entroniza en sí y solidifica
como innoble cerumen vítreo de oreja a oreja. Helo aquí:
susceptible gorila, furibundo prurito:
salta de monte en monte con su único libro
ágil entre las manos, se detiene,
y revientan macacos, polvorines, planetas.


2.6.5

Allí, quieto,
el geranio renuncia a lo superfluo; retrotrao
su esforzado color bajo su manto; ansía
no ser amado ya, sino reconocido, y persevera
en la dulzona vida que sube retorcida y regocijadamente
por sus miembros, regando con su cántico lúbrico
haces de poderío y placer celular. Allí el eco
derrama dulcedumbre sobre la esfuminada realidad traspalada
desde encontrados puntos cardinales: resuenan
topetadas, caudillos, moruecos montaraces,
voces acorazadas, labios soliviantados,
que tumultuosamente logran pastos estables
en trastierra inmutable para muela y gaznate señalados. Resuenan
medidos tamboreos de tórax, un trastazo
de bocas o verdores de envidia articulada,
que a la mala caminan orando bajo túnicas mesiánicas,
y con ellos la andanza del hortelano claro
sumergido en el cauce que prodigiosamente
se abre profundamente al paso de su paso. Se oye la pertinacia
de egoista gusano que ovilla una grandeza de su propia
proximidad. Se acercan alaridos
precitadamente, truenos amordazados
de bestias ulceradas bajo dogal y saña, despedidos
crispando la espesura, desde la intimidad
de un bosque oscuro; y trinos,
cuya inocencia encubre bajo su capa largas
dagas de pena y ganas de mandarlo llorando todo a la
más escondida esencia. Se oyen también noticias; bienqueridas
cosas que nacen lejos y anidan en las propias; obstinadas
cabezas arrastrasdas por las noches, días desastillados,
gotas de disciplina que titilan rociando la alborada.
Y, de nuevo, en la tarde, un galope de famas y de timos,
panoplia embelecada y arsenal de espuma,
trepida en una ráfaga de papel y murmullos apretados;
y alguno clama y cura azul prestigio, en medio de la incierta
sospecha que lo liga al esquivo rubor vagamente
culpable de las jóvenes a punto de caer
en la cuenta expectante de que, al fin, lo más importante era
que no se hablara de ello; que en la escueta
perspectiva del pozo sólo ajustadamente
el mando es más que el limo, la gloria más que el agua
cristalina y callada.


2.6.6

Pero la tarde es siempre tarde entre las tardes,
de manera que suelen los humanos, cual buzos empañados
por fofos calamares de secreción monstruosa, ir tanteando,
cruzar equivocando, por entre seductores brazos de matorral,
sus límites con metas: el dulce abigarrado, esta dura pared
tras la que ya no ven, aquel tam-tam inesperadamente
filosófico del castor, el cautivado
perennizable salto de la ardilla, l casa
que comprar, y la mera iteración del libro, el hijo, el árbol,
tiesamente alojados en la tierra. Y el paisaje es un claustro
así, pintura exánime, y no aquella crujiente sucesión
de fondos y distancias, de innúmeras traviesas
de un sulo con terral y hondura, que desgarra bufando, gradualmente,
un trenecito largo, optimista y cantor, o un ciempiés empeñado
contra la parda arena del desierto.


2.7

2.7.1

Qué fea desnudez la de la hora verídica;
qué destino de pobre el de la pobre
entidad que no siempre un rayo de justeza viviseca.
Entidad, abstracción
algo abusivamente enclavada en el centro
sustancioso del día; sin embargo, abstracción,
a la que, cicateando,
su concreción reduce: cepa uniformizada
en la munificencia del sol de los viñedos. Entidad
que ha de ser -todavía, muchas veces, viviendo
a las claras, viviendo
con el derecho a tuertas, tercamente viviendo
ya detrás, ya delante de sus ojos, perdiendo-,
que ha de ser,
para existir, negada; villana para honrar;
para comprar, vendida; para ser justa, previamente errar;
que ha de ser triste o crédula y, dormida, reír
o aturdirse en el mundo o apenas sonreír
y acariciar la paz con algún sobresalto,
solamente adornado -sin la falaz golilla
de un verso- por alguna valentía o amor o algunas otras prendas
igualmente animales, o alguna vanidad
blanda que ni siquiera se contempla con ira, o aquella
benigna impertinencia de retener tibiezas
de mozas de otro dueño, impostergables en su apetitosa
verdad de albaricoque.


2.7.2

Entidad
que brinca y culebrea inadvertidamente fuera de su agua con
la regurgitación de irrelevante protesta al despertar
inclinada ante copa de culpa de no hallar a
cada can en su sitio, pero querido sitio: de no siempre encontrar
en sí motor, rotor, revolución, recóndita molienda nominal
que ronde por debajo de cada monumento o batacazo
insigne de las crónicas; de no obrar cutaciones
espigadas por dentro, desde fuera invocadas
por miedodolorodio e ira frente a cernícalos
-casi siempre tsunami; sin querer, jabalí,
hozando acantilados
sordos de altura y ciegos de injusticia-;
de no obrar mutaciones
que la gloria biliosa depreden y el esquilmo
de artríticos rediles y anquilosados siglos,
cuyos envaramientos nómica sensatez desenvarara,
si el hierro salutífero no reclamara en arras
la moneda no feble de la sangre; pues la historia,
omoplato sufrido que enraíza en la piedra,
es ala costosísima cuando demanda el precio
del músculo y la calma de pueblos, clases, luises,
reducidos al costo de una vida esquilada,
que echa suerte, que acierta, que se entrega y penetra
en la nada por algo.


2.7.3

Entidad
de cieno blanquecino, harina
gris, transitoriedad de torres sacudidas
cuando el resentimiento agrieta los cristales; entidad
que ha de embozarse en una oscuridad punteada de relámpagos
y ladridos ufanos de pistola dogmática y maloliente ruido
de botas malqueridas de guijo y pedregal, porque un juego iracundo
manuscribe un viscoso pasaje sin la ciencia
ni la tecnología de la muerte, un coraje
mana de pseudociencias firmes en un uniforme de combate,
un ardor se encasqueta una gazmoñería
moldeada a puntapiés y vitoreos,
una guerra se pueba una sotana
y escuece una escalada de angurria megalómana
en el tracto urinario del poder. Entidad
que ha de engallarse -muda, trágicamente, como un infante que
cocea a la confianza en el flojo regazo de la madre lejana-
orgulloso de joyas ruborosas de ser
apenas naturales piedras bajo otra luz; infatuado con esa
codiciada pureza de la impura, con ese
mantenerse en sus trece, cuando fundadamente
se cuadran con desprecio en mitad del silencio
números más guerreros
que parejos soldados suficientes. Entidad
que, merecidamente, entonces, se dispara como escandalizada
carrera de faldero recién atropellado, como clásico grito
puesto en el cielo, como incrédulo tren pálido
cruzando el laberinto de su incendio.


2.7.4

Entidad, echazón, agua perdida,
esencial endeblez, fuerza de la flaqueza -oh,
cómo no os amo humanos, aunque sí vuestro bien, como vosotros
queréis el del canario, si afán y si crueldad-.
Frente a ella el corazón pierde el compás; blasfema
la ignominia suspensa entre sus golpes. Cuándo será la hora,
siempre despierto verbo, verbificada carne, cuándo la hora en que
le insufles tu manía verdegueante y tu achaque
de haber lo necesario. Cuándo será la hora
en que sea bandera abanderante y sea
melódico felino que levante,
junto a un cumulonimbo expectativo,
cauta y medidamente la garra poderosa y que toque
el son al que le bailen y que toque, en la rica
soleada soledad de las tardes colmadas,
una flauta: helazón labrada, retenida
voz de su propia tibia solazada en la afable
convicción de que igual -en un momento dado
a la vida dispar, espinoza, florida, enfardinada-
le sería no ser.


2.8

Oh carne derribada entre azucenas,
candela repentina predestinada desde
la imperturbable edad de los astros que aguardan
que mil herencias hacia
solo una sangre fluyan dulcemente pulsando
el rayo evanescente de aquella siempre joven
vieja luz estelar que recorre las venas.

Oh, qué anclaje total y eternidad efímera
para este pie y este ojo trashumantes ya bajo
la sólida embriaguez que apura y hiere.

Y en la complicidad
del césped quebrantado y la ruptura
de aquel pliegue en el traje que de pronto es insólito,
esa mente, esa mente -en aquella
apretada ansiedad que destruye y concentra
el gozoso temor, la biografía
de las noches de insomnio insangrentado- buscan
loca perennidad en el vigor o la brasa
de intensamente tensa y aguzada caída.

Sangre, sangre sonando,
resonando en el cielo, en el espacio,
bajo estrellas de pálida sonrisa;
sangre, sangre que invade y que pervade
la conciencia y, cantando
potestad, el henchido fontanal de increíbles
ecuaciones de savia transfinita.

Qué meta, qué designio arde oculto a lo lejos,
tras el sudos, tras terca cercanía,
mimando la estructura celular, explanando
la flor que fruteció
o el desconcierto.

Qué poder de olvidar que aun entonces
silentes dedos tienden telarañs furtivas
y un no tiempo o no madre de sombra muda acecha
para acallar las bocas con insondables besos;
que la fuerza violácea de este hombre, de los hijos,
los hijos de los hijos, se disemina y vuelve
junto a las cosas yertas o al lado de otra vida,
man no esta arcilla pródiga que amaba y construía.

Los parques, grillos ávidos y la noche rodeándolos
les infunden el hondo aliento vasto que, mezclado
de amigables sonidos, penumbra y arboleda, sopla
y alimenta un dominio: certera posesión
del universo atento -que ahora se retarda y delicuesce como
a través de un vahído con una alegre lágrima-,
del pasmo ceniciento de la luna, de esta descreta boca
de arroyo ornamental y tanto,
tanto germen callado de nostalgia.

Oh, de nuevo las tiernas criaturas del alba,
al borde de la voz que ahogan los propósitos,
contienen en la húmeda piel, de antiguo sabia,
un llanto inmemorial, sombría risa.
Y rumorosos tallos de juncos avezados
se orientan hacia siempre, donde el tiempo no acaba.


2.9


2.9.1

Como tarde de ensueños otoñados,
en el pozo se escucha la soledad; avanza
sin viento y se detiene, leve; toca
en desesperanzada auscultación. Un nombre
es un eco remoto o el polvo que solivian
escombros al caer en silenciadas visiones o ese horror que hunde y ahoga
su faca en la fatiga. De improviso, un absurdo traslapo,
palidez, comedida estridencia; alguien torna
-cuando aquel llamamiento te devuelve a ti y a la
realidad sin cohecho en que no hay sino pelos,
risas con paladares, rostros de niños fieros
emergiendo de un fondo primitivo y pupilas
que turban y ocultan dependencias simiescas-, alguien torna
a ser madona mustia junto a tersa muchacha, durazno acometido
por violenta turgencia o terciopelo; a ser la desolada
ocarina en salones regidos por orquestas y tapices; a ser
la huella entre pisadas que confusas sumulan diseños poseídos,
en los unbríos llanos de anochecidos reinos; torna a ser
el desconcierto lúgubre tras el requerimiento denegado, el rayo
de iletrado y furtivo sentimiento de culpa que apuñala
y anónimo te alcanza cuando anzuelo y cometas,
o la sabiduría, o la tranquila
comprensión que no debe compartirse.


2.9.2

Que no es la soledad sino uno mismo
consigo, con la pobre riqueza que se quiere
legar como disculpa por enturbiar el aire, ser su dueño;
no el susurrante miedo de la vida, materno
vientre escabrosamente atronador; no ese
caudaloso siseo escasamente
extensión de la falta del corazón del búfalo, del vuelo
del colibrí, del pecho de ígnea salamandra, desprendido
raciocinio febril sobre las ascuas; sino
incomunicación, ese níspero herido bajo este mar de pájaros,
sonando panderetas fementidas, llorando entre bordones
ineptitudes de ansias que enmascaran el yerro con distancias.
O una efervorizada necesidad de nido bajo hiedras acuosas,
de un desofisticado dame que te daré, de un quiero edificarte
como edifica un sueño a una gitana bruna
bailando sobre un piano, que según te construyo en mi costado
me construyo, y amándote me amo, y ámame, pues te amo;
un dónde está la gente de mi casa, ya duros,
ya dulces linfocitos, aquella amarga sangre,
esos manes de barro de esta estatua de azúcar
que disuelven las aves y los ríos desmiembran con torvos picotazos;
un cógeme esta veta de este mi estrato inédito; un dame aquellos túrgidos
pechos para mis sedes desvalidas; el quedo no te marches
de los que, sumergidos en sus opacas épocas, a veces contemplaban
en el ojo infantil retenido y licuado justo sobre el alféizar,
vaporosas figuras minúsculas amadas que borraba el sendero,
involuntariamente cruel, aun antes de transponer la loma.
No el cósmico abandono de un ojo en una estepa, sino
la aguda ausencia cierta que te deja incompleto
de alguien que uno condujo por ebrios andurriales,
de esos que atizan tigres y cigarras.


2.10

2.10.1

Con pasos de ladrón indeleznable,
merodea la muerte; te entrega la ventura
de ver que tú te mueres de legendaria muerte,
y palidece hosca madre de tenebroso albornoz y ominosas
uñas sobre verdosa carroña, cuya siega
es un sordo trallazo en el follaje; vuela
blandamente alma alada, ofuscada paloma
por el inesperado espacio abierto o brusca
libertad luminosa tras presidio.
Firme ante impronunciado llamamiento presumes
-o, rígido, abstraído en tu sepulcro, crees-,
que pertenece al rostro inexorablemente
tallado y exclusivo, ya tuyo, de la muerte
un tránsito insonoro que finamente trueca
agua compacta y tierra rigurosa en presunta
disuelta tolvanera entre las nebulosas,
o una definición de pulsátil textura que alcanfora
la historia de la forma fenecida; que dentellea parte
de un yin-yang instaurando perseverancia impávida
de perra pavorosa o pesadilla mordida por el calcio
satinado del día, o aletea emplumada
premonición nocturna que fantasmal modela,
avance regresivo, lo que afirmando niega.


2.10.2

Pero no hay bajo el cielo
sino un descenso de árboles al humus de ascendente
bosque, madera al fin, afectando tendencia abominable,
dentro de orden celeste, hacia el desorden: lento
ceremonioso arbusto se descubre entre embates de aridez incendiaria
frente a quebrado coro de aves estupefactas,
y la erosión denigra la osamenta florida
y el polvo pertinaz en su montaje; y un dentado granjero
de fibras azuzadas y una dama indefensa
supervivencia erigen feroz sobre otra vida;
y, subrepticiamente, la bala trastornada alcanza incógnitos
destinos y sorpresas de espeluzno y gemido; o vuela el rápido
cuchillo transportado del loco, el odio, el miedo
o las vindicaciones de animales apenas verticales; o se ahínca
el dolor que contunde, que pulveriza y asume y atropella
la intimidad herida hasta el bramido insano, o cunde
ese martirio calmo que crece acumulándose
hasta que no eses más que un gránulo de sal
tras el párpado lívido luego de sucio llanto.


2.10.3

Sin embargo, salobre certeza te reclama,
y no es mala la muerte. Es todavía
equidad matemática, justo como
cuando precisamente te ametrallan los ojos.
Es el claro remate de los austeros huesos,
esa nieve antiquísima que atempera la carne,
helado sustentáculo con fulgores de luna
dentro de rojo magma, jadeo de blancor
en al caliente pulpa, frenética tristeza resignada,
leyenda sin memoria canturreada en danza (*)
que agita las caderas de las jóvenes. Mujer,
se destaras, si
la vigilia te abriera las entrañas como una lengua ardiendo,
saltaría chillando, con negror ribeteado de chispazos sangrientos,
esa marta salvaje que vive agazapada en tu espinazo;
y tu muerte desnuda danzaría esfumándose: cetrino
espanto que a sí mismo se devora; callada y refrenada
conformidad centrándose en sí misma, al par que se evapora,
tal cual se desvanece el móvil panorama si se aproxima tanto
que es recuerdo detrás de tu mirada.


2.11

2.11.1

Y de pronto examinas las jarcias; te preguntas
si eres velero al pairo, un balandro en el cielo, un marino
al socaire o amargo hilacho que desprende el ventarró;
y buscas ensenada consoladora y puede,
pedido ángel cegato de alas desencantadas,
que concluyas, oreando donaires turbulentos,
vientos de despedida demorándose en álamos,
que este viaje es absurdo crucero estacionario,
endriago monacal que engendra el pozo
sólo porque la lengua se desboca,
concierto desmedido, arrebato falaz al que el roquedo
que pisas y resiste torna capricho abierto: existe
al menos la ondulante cadena de tus pasos,
rastrillando veredas tibias en que el sentido
es más neto y seguro que el polvo que levantas; existe
al menos esta dulce quinceañera que avanza envuelta en una
humareada de sueños, temblona y vacilante ramita giradora
en terreno fragoso, pensando en cielos tórridos de los que se despeñan
hijos, noches forjadas d ortigas y diamantes
y sedientos pistilos; y, aunque fuera sino
solo pauta sin premios ni remontes causales, al menos la encantada
estructura del mundo que engrana las fontanas: anchurosa
marejada en que tiempo y espacio y tanta otra impoluta
abstracción acerina coordinan lo existido,
pese a tu curso breve, febril paseo alígero
por un vergel de lilas arpegiadas
con quiebros de locura entomológica,
de nota en colorido, de sabor en perfume,
de tactos en aquiescencia estremecida.


2.11.2

Y no es una cadena, puedes jurarlo por su estirpe y por
su limpia curvatura castellana, una infanta insensata. Es, a su modo,
una mano cogida, eslabón serpenteante al son de unánimes
melodías astrales y minúsculos ritmos milagrosos
o terribles, gusano encandilado en el acuario de otra,
la universal, a la que, braceando entre cadenas, situándose en el alma
del eslabón se llega. Y ser un eslabón es transluciente dicha
de tener a qué asirse, vasta felicidad
que alcanzaría aun, alba sobre los campos, al eviterno ser
con una flecha armada de lógica inconsútil.
Empero esta cadena de aforo universal es una abrupta
flor que, riqueza pura, no tiene que tener
sentido, ni sentido tener tampoco el vórtice oceánicamente
abismado en el éxtasis que tus instantes suma -pero sí la graciosa
porción, pensil formal arrojado en la selva-,
si fueras un eterno y solitario mar, mar de una fauna
de centelleantes ojos, luces de una ciudad
fondeada en el vacío, indesmayablemente milenaria,
o un único y finito bajel desancorado,
soberano y luciente en un mar de nonada descarnada y sin viento,
violenta abruptidad reflorecida.


2.11.3

Y canta una mozuela, naufragando bravía entre encajes y rasos:
de guerrero galano, delante de los vítores, se abalanza de punta
en blanco: sobre todo, corre apreciablemente protegido
por férreo guantelete y pañuelo besado, diminuto;
y ansioso de vencer, una derrota -nunca
soñada pesadilla- erizado conoce y reconócela
derribo compatible con su yelmo, aunque en tierra
alucinante y cáustica enroquece su celo
combativo. Y la cuel vacuidad -vil desgaje,
langosta inapelable, borracho ballestero-
nunca acierta a su rosta constelada,
que adelgaza en poemas su fragancia
y en un estado vivo de conexión total.


2.12


En el pozo el amor exalta los nenúfares;
el agua se conturba por deseos concéntricos, y trema
un sujeto, un obicuo acecho de ojos ácidos
que se endulzan -descenso de nubes y palomas
sobre el césped y el seto que iluminan la tarde-
cuando le miras tú, líquida y transparente,
y él recoge el aroma, el claror, la onsombrecida
prisión bajo tu luz, y añora, no tan sólo
un sencillo jardín de labios y rosales,
o el llano canto rojo que legó la manzana
o un hábito de miembros, de tardes compartidas, de pactadas
lloviznas esquivadas bajo aleros y risas; no tan sólo
el brebaje pugnaz que abruma las arterias,
o el rostro cuyo trazo extiende en su pureza
asombre para el aire, presunción de caricias; nunca más
tan solo la procura de aquel junco avezado
de perpetuada sangre que sangre perpetuara
-que son, el que ama entiende, apenas lo que el ojo
curioso a la visión, el oído a tu música-,
sino la que aparece, futuro trascendido,
cual flor de arisco pétalo, mas redida corola;
la que hinca su estrella en el filo de un cántico
de elección sostenida; la del tiempo
emperioso, la de la compañía
mínima entre atestada compañía;
aquella incandescencia solidaria
que cierta se quisiera si dos sobrevivieran,
solo dos bajo el sol, de nuevo nuevos:
Eva tras el relente al que dispersa
la aurora, al que dispersan
tu serpiente, tu Adán, el árbol de la vida,
del bien, del mal, tu amor y la cumplida
tierra del pueblo prometido.


2.13

2.13.1

Qué modo de buscar, de beber delirando
con recia mansedumbre de muchacho creciendo,
la boca tropical, la saliva mulata, y de morir
por su fiebre sobría flotante a la deriva,
o la voz de una rubia cuando el placer la toca,
la rada de una nórdica alanceada en su anhelo,
en su humedad poblada de sueños sibilinos.

Primavera encendida, este verano
te estrecha, y un zureo bajo el párpado de esta
noche reanima el viento cálido:
Te mataré un león, una ardiente pantera,
y en su piel posaremos la acuciada y oscura
flor que aromó el amor. Y fuera,
ciega brisa cantálibe marcará la ceñida
caldeada tierra donde brotará, paz salina,
inquieto nanantial de alga y suspiro. Y una tarde,
cuando el viento te derrote, entonces,
un girasol marchito pulsará perviviendo,
fiel estrella extinguida que aún es tierna a lo lejos.


2.13.2

Qué modo de antelar, de perdurar tomando
un seguro de vida contra vida,
surto en esta ciudad que late entre los médanos,
imprimiendo un sonido apenas mondo, como
garganta amable bajo barbero apasionado
o albo cráneo incrustado en un sombrero,
a la arena, la muda, la que ahora
entona una canción, con todo, un remolino
que siembra de brillantes el oasis, la duna,
y hace duna a la duna y oasis aquello
en que posar se pueden una planta y un ojo,
orgullo bipolar tras lo creado.

Eh, Tombuctú, ciudad dentro de una cabeza o Juan viviendo
de langostas y miel en el desierto, luminar
en la noche de nobles sabandijas
que engendran acolando desventuras benéficas;
eh, Tombuctú, ciudad de un ciudadano
solo entre farolillos con lumbre musical;
Tombuctú, primavera imperiosa, esa yesca
más joven siempre que aquel que la contiene, sigue
-el verano es tendencia a niño adulto,
sangre de la primera y sol diuturno-
fulgiendo más allá del mamífero urgente,
con él, tras él, por encima de la aurora,
porque aguarda un momento en que a una
plasmado y plasmación serán ya día,
y sólo día tras la noche; día.


3

FUTURA REGNA

3.0

... Y clamó la serpiente: Escuchad, tú, vosotros
y cuantos saludáis y morís; todos cuantos
fatigáis esta tierra o cualquier otra tierra; escuchad,
que sólo voy de paso, como siempre, de paso, soltando golondrinas
inacabablemente, soplando sobre el golfo mientras golfo. Escuchad;
yo soy vosotros mismos, la hebra que teméis, la soslayada
columna vertebral de la visión, un discurso de hielo sideral,
mordedura en pasiones, sensualidad con ojos, devengado dominio
de los fantasmas que ponéis en fuga;
soy la sospecha de que estáis perdiendo
la cabeza al cazar sin fin amodorrados
cuestionamientos de cuestionamientos;
soy la comprobación que os atraviesa
al despertar de un sueño insolentado o bien
del extirpado al punto en el silencio
o en la sombra de una subitánea vigilia.
Escuchad; el mío no es otro sueño. Tomad esta
locura como aquella que se volvió aeroplano,
como aquella que sois caminando en dos pies
u hostigando la luna con un láser.
Escuchad: id tranquilos; yo no espero
incendiar vuestra casa en sólo un acto. Unicamente
mirad como se mira un majestuoso
portaviones entrar por la ventana
y atracar a los pies de vuestro lecho
una mañana de ocio y oropéndolas.
Escuchad lo que quiero que en vuestro oído amante
resulte no perdidas, sino firmes -más rápidas-
rosas de la provecta mirada de estas ascuas
y esta lengua perita en el ósculo doble que enloquece
o alarma, que ilumina luego serenamente páramos desmembrados
entre una noche y otra, y que erige ciudades cuyas cóncavas
alas en fuentes fían y en niños vigilantes...


3.1

En torno del brocal la luz no duerme.
Debéis salir ahora. Una ciudad
que estremecen columnas de luciérnagas,
un mundo que sostienen tulipanes,
o playa florecida, se desatan
con resplandor parejo en que la sombra
es luz dentro de luz, y la recóndita
cerrazón de la pena es explanada,
y la explanada abierta, llana cumbre.


3.2

Salid, sal tú, que rugen tus ríos subterráneos
por nacer manantiales en tus laderas. Sal,
porque querrás un mundo de aquello que tú eres
debajo de las losas en que se derruyen
los secos epitafios de los días;
detrás de la visera y el ventalle;
donde contra tu alada voluntad homicida
libra la incertidumbre de las formalidades
un privado combate de chacales;
debajo del contento desfalcado;
detrás de las nervadas cicatrices que exploran
la línea sagital de la conciencia;
en medio del silencio que te circunnavega
en la hora del desvelo, la hormigueante negrura
y el reposo que mecen la rosa de tus vientos,
igual que a un corazón direccional.
Salid, sal tú a escribir tu geografía,
porque querrás un haz de paralelos y meridianos, tan puramente geodésicos
como lo que aún no tienes y no tiene
los arreos y palas que te tuercen
cual muñeco de goma que abochorna espejos;
porque querrás un mundo de la arjé del futuro,
realísimo papiro inexistente,
pero inambiguo y claro en la espera que alea
debajo de tu ceño.


3.3

Sal ya de lo que aún tienes. Es cierto, una cultura
es un consustancial exoesqueleto de arbolada y trinada contextura,
dentro del cual orbita el material social y en que gravitan
basculantes los ejes de tu constelación.
Pero hay un vericueto y hay una vuelta de hoja
en que este planetario de humanos se degrada:
del surco se erradican individuos,
se erizan alambradas de zoológicos
y germina reglada milicia de cizaña;
pasan mensajes con sus mensajeros,
pasa un cambista transformando el cambio,
pasa un enterrador de blanca risa,
pasa creciendo aquél debajo de sus años,
pasa volando el otro detrás del canto suyo;
pasan entre millones, pero siempre es uno:
lo arrestan funcionales mayorías,
lo apresa un cuchitril cosmopolita,
le vierten gargarismos de costumbres,
lavan su voz, la enjaulan en esquemas,
de gobierno a candil, de pubis a sonata,
y, si tiene fortuna, de él informa
un pliego de papel aleteando en su fuga.
Mas tiritan también sombríos entresuelos bajo guiños
de algunos quinqués charros, al amor de los cuales,
de un día para el otro, procrean un folclor para llevar,
incitan artes típicos que se embravecen y se desbravecen,
vendan frentes con magia imitativa, toquetean la ciencia
e investigan pero no investigan:
mimetismo patético que asperja un arco iris en la lucha
en pujos y pininos por imágenes o por no aparecer
como parientes pobres en un sarao de pueblos. Vamos,
derrumba los castillos de triste pirotecnia;
sal silbando a chispear, apremiada girándula;
deja abajo la feria; se pájaro, prefiere
cables del alumbrado universal.


3.4

Imbrincada techumbre, cimiéntate en la historia;
riega el pasado, vendimia tu futuro,
pisando, musicantes los pies, el pentagrama
del querer lo que debes o deber lo que eres
cuando eres lo que debes en tu mundo, en tus ojos
ya una incontaminada materia estructural,
que es teoría y metateoría, en las que te encaramas
como un tilluelo sobre preñeces de alacenas.
Mira sin parpadear la vetusta verdad que muda dientes,
otra animosidad volcada al hueso que siempre has de roes:
así como en su mundo de tigre el tigre es tigre,
en el suyo los hombres verdaderos,
siempre con varia hacienda, con vario señorío,
son los profetas pronos al barro y los jilgueros
de la fronda tenaz. Oh Sócrates,
despierta, y tú, Demócrito, y la otra en la mitad de un irrefutable
trigal; tornadlos sabios si los queréis felices.


3.5

Y moraréis alli, tan solo con que fuerais
la metamatemática de aque can en su sitio
querido y orinado con pata altiva y mando,
de aquel honesto can que hasta en las horcas
es el prístino lobo al cual no maquilló perruno sobajeo,
aguachento tú-y-yo que privilegia un vínculo,
un ldo de severa perinola y aspa de cronométrica cruz
de Malta: estadístico amarse y tolerarse, tomar y no tomar,
dar y no dar; en tanto que instante sombra escupe luz, sensatez sin magia;
y otra sombra especula pero calla: ganada ciencia, luz.
Que estáis fuera del pozo si sois dentro del pozo
el lente que concentra su albedo y sus aguados
mecanismos, pues no es un prisionero
aquel que tiene acceso a los cerrojos.
Que estáis fuera del pozo si sois letra excoriada
en fríos protocolos que no temen
el tiempo libre ni el de la soledad, y si, ramificada
edad, vigor o frónesis, os identificáis
a fuerza de saber lo que os rodea,
da saber cuánto distan vuestros radios
en la jurisdicción de las secantes,
hasta donde es tangente la tangente; a fuerza
de rondar en vosotros como en un hombre clástico
y un día descubriros dueños de suscribir
seriamente un manual de fantasía.
Caminaréis entonces bajo una égida menos
amiga de la ascética aula que del taller
del vivir; subiréis, oh tobillo del júbilo,
escalas, ayer amas empinadas,
resignadas esclavas hoy para ser pisadas
desde el primer peldaño.


3.6

Pero habréis de luchar enhiestos y morir
en esta catadura; nacer a lo que aguarda
en vosotros. Aquí, lo posible es real;
su condición es nula: navegad en la arena,
largad velas delante de los vientos de vuestra
bélica soledad; abrid un puerto, anclad
y floread más allá de aquella Tombuctú de un ciudadano.
Saquead vuestros sustratos de ciudades; subid
al imperio en el cual nunca se pone el sol
de la mirada, y bajo su dilatada luz azotad bulevares,
calzadas a las cuales adoquinan la humildad de lo cierto
y el demostrado aserto del hostil. Entrad en la ciudad,
no edificada sobre cloqueados rones en el bar del cráneo,
sino sobre inviolada ventisca de conceptos y pulmones
que llaman a rebato y dan una batalla que redobla,
bate, alumbra, amamanta toda otra, que arremete
con casco platinado, con resollante ollar,
contra consignas, contra el credo por el credo, contra
sacerdocios de púas y banderolas, contra
los calcáreos reductos de la mente,
y arrecias, depurada de lanzas ahistóricas,
de torbellinos sin su polvo herido,
de ávidas ucronías y utopías, de duros, prospectivos,
fantásticos estados en que se ajan las fraves fantasías
de los solemnes, bellos y, en su hora, mortíferos
infantes que retozan en los sótanos de vuestra realidad, que juegan
a dares y tomares apostando la vida: no quiebren sus requiebros
eufóricos fanáticos, matando a Juan para curar a Pedro,
castrando a Pedro para hacerlo prolífico, picando alienaciones
que soplan con casquillos silencios asesinos
o matan con moneda sangrada de los cuños
de totalitarismos puritanos, puramente nariz
o maxilar de horrífico tirano o uñas de hierro
de redivivo santo inquisidor:
luchad, bramad, matad, li lo ordena probado
requisito sin mora o lo compele
fatídico granizo numerado; mas no lo disfracéis
de ciencia entre las ciencias ni empujéis
siniestro tiovivo filosófico
que emborrache los hechos.


3.7

Allí ya habréis hallado
una puerta que se habre hacia la nada
y en tu casto vacío
habréis visto estallar la autógena casuística
perpetrando una hoguera de áfono desparramo.
Habréis sentido en lo hondo desinflarse,
como una vaharada entre el cabello,
la médica, egocéntrica erección de lo excéntrico:
fugarse lo que ha sido fausto de ligereza, lujo de fluidez
y tiempo que se anuda a una sandalias líquidas.
Habréis oído un fuego chasquear sobre su aliento
el novelesco riesgo del grito imitativo
del poeta enfilado que aspiró a ser revólver
y sólo fue estampido sobre inerme inodoro;
habréis, detrás de un biombo de alabanzas, olido
la hipada complacencia de la coprofanía,
el trovado nudismo de la inopia de pueblos
con que un converso asciende en subculturas, divo
de invertido esnobismo, de gayos reflectores que se envilecen ante
turbado palomar de aplausos negros,
de hablillas entre dedos hurones, de elitismo
en capillas de holgado sucedáneo de lo único. Y habréis visto
la explosión ejemplar del regodeo sobre el cabrear de histriones
en comedia o tragedia en que, a lo más, pelúcidos, mojados,
nacen fantoches que fantoches mueren, o usurpan destemplados corifeos
otras formas tangibles de poiesis. Mas todo este exterminio,
acosando una Troya de vocales famélicas,
ultrajará también vuestro garguero, porque veréis con pena,
en la penumbra que arde después de la ortopédica bondad de los alcoholes,
qué blandengue merengue en trechos erais.


3.8

Allí está el mar que en ti por ti se agita,
se ensimisma imperioso y a todo mar sustenta; él es tú,
es todas tus derivas regionales; es el magno foramen
por el que gorgotean impías
conexiones tus íntimos confines
y se empellan los costos de la estética
y las imputaciones de los dedos; por el que se apretujan
de costado los ayes de la lógica deóntica y se encoge
el presidio escondido en el contrato; por el que la tristeza
sale a rondar la noche con un sable en la mano;
por el que se desuella tu recepción sin córneas
de un odio cual ramera cerrada en tus narices,
miestras egresa una ira titulada,
definitivamente alegre, y eviscera
gorjeando el ahembrado abdomen que se explota
y el macho expiatorio que la ojeriza endiabla;
por el que te calcina la sal cuando
un tumbo de bondad te encagreja en la arena o se enfurece
la espuma y, como a un yeso maleante, despavona
la mayor fuerza y la menor riqueza, la mayor injusticia
y el puñal que se oculta bajo un monte
de piedad o promesas. Allí, el mar que sollana parietales;
y aunque es también forado por el que la impaciencia
estrangula al crepúsculo hasta que para estrellas
y espabila a la aurora a cuchilladas,
es, antes bien, foramen por donde tu celosa
observancia despega, aún con la humedad de su capullo,
y rompe en la mañana a colorear
en silencio.


3.9

Allí casas, maestres de todos los colores,

albean, y un tejado es diestro timonel de los alisios
que de desvanes barren reliquias empolvadas y los restos
de la rueca del sueño y el beso a la durmiente, de memorias
gestadas y nacidas y sepultas en lágrimas, entre dos pestañadas,
mientras celeste fuente bajo el sol da el dominio
del bien, del bien del mal, del frágil derrotero
de mariposas nítidas mejores que el más noble
lema, de la sensata clave de atajos mínimos:
no un secreto resorte del tiempo, de las cosas,
sino apacible cuenta -no crecerá la fe sobre coronas, sino
arrojadas hipótesis, halos sobre la testa del santo más plausible,
la más probable cifra sobre el viaje vocánico del propio corazón-.
No ni un dentro ni un fuera, sino presencia incólume
navegando en torrentes de colérica lava; o resuello sulfúrico
en goletas antárticas; o ángel enjaezado de apetitos,
monstruo justificado, por siempre musaraña
de inacabablemente reciente y sensual presa cogida entre los dientes
de la objetividad; mas, sobre todo,
ecceso sin umbral, un pensar pan
el pan que se consume y, entre los brindis, vino
el vino transportado a la intoxicación. No la torre que nimban
pulcras necrologías mercenarias
o avisos de marfil o quietud de parterres, ni la descaecida
suerte o inexperiencia a las que desgajó riéndose el artero,
sono ojo sobre pan; sobre madera, mano
que sopesa y actúa por el peso variable concertado
de mano de madera y madera de mano.


3.10

Pero no supongáis
que de madera indómita -ah madera, materia, madre que sirve el mosto
de agreste convivio de las talas-, cabalgando hacia el aire,
se erige esta ciudad que cruza las ciudades -cenefa sorpresiva
sobre el muro de los atormentados, de los muertos aun
en el vientre materno, de las lamentaciones
de raíces y manos sarentosas-, esta ciudad que cuaja
gruesa nata de vírgenes sobre leche antiquísima e infiltra
caligrafía angélica en legajos
de notarios y entrama pueblos intracraneales conformando
glomérulos de enlace esmeraldino, los que llegado el día
absorverán la nasa en que se encorvan.
Más bien, como en el agua al la cual el chasquido
de un gélido mandado cristaliza,
son más las ecuaciones que expande la ligera telaraña
que la masa contante y sonante; por cuanto, veréis, cuando aerolitos
llueven, es la extendida y traslumbrante lluvia lo que introduce el fuego
en el ánimo, pronto cargado de inscripciones; y no tanto una piedra desalada
en la noche, otra y otra, sino la calculable
ionizada falange de ónices macedónicos y tambores rotantes
en un sueño estrellado de Alejandro.


3.11

Allí ya habréis domado vuestra instable morada,
vuestra fábrica oscura que, súbito, refulge interiormente
como un castillo de ágatas y un canon de berilos, contrapuntos
de topacio melados y rubíes y fugas de zafiro insobornable,
aclarando la sombra productiva, el alto horno que pronto llega a ser
boscaje lato, savia bullente y fulgurante,
glaciar que blancamente desciende con la límpida
confianza de milenios de fuerza concentrada: sol, sol, vida
aérea, en la que el último repliegue empedernido
o fuego de artificio devienen cristal puro,
bajo cuyos destellos es vapor anodino
la vergüenza en salones en que esperáis la muerte,
y el dolor de los días, asido gobernalle. Y ya podréis
sentiros fibra unánime de este mundo que marcha
solemne, indiferente, mas con lanzas de luz formalizadas:
no la sangre exhalada con fauces desgarradas a cósmicos rincones,
ni coágulos de mundo condensado en oídos de posesos, ni mágica
fraternidad, ni espíritus embridando asteroides de locura
o trasgos flagelados por auroras boreales o caricias
peregrinando desde planetas sumergidos en el fondo
del pasado o del íntimo reverso del espacio,
sino una concrescencia clara de dos más dos
son cuatro, ramalazos de encaje y de congruencia,
cada uno golpeando a su manera, ensamble
cada uno; elástica operación de impulsos
moleculares o ínsitas partículas polares que propician
la inflorescencia crónica de una red lumínica
que encierra definido número universal: Si alguna vez mirasteis
-y era un caleidoscopio en cada giro; las olas de la mar
reventaban matices sobre la madrugada
de gaviotas cautivas en pupilas- el mundo como quien
miraba el mundo y, otra vez, os mirasteis
-Homero, ciego ya, volvía de la aurora-
como si solo fuerais la mirada -Narciso
sembraba un beso ardiente sobre su estéril boca-
y tornasteis aun a contemplar el mundo
como lo contemplado -gastando una peluca
que antaño se empolvaba-, contemplaos ahora
como si contemplarais -se escucha un clavicordio
limpiamente pulsado por la brisa que anima el mediodía-
el mundo como quien veía el mundo.


3.12

Allí no hay forasteros perdidos en sí mismos,
huérfanos lacrimosos en imperios galácticos; no opacos
moradores del pozo confortado hasta el rígido
patrón recortador y fabulario; no habitantes que mece y que persuade
naufragada justicia, la que asalta a la ley,
pero nunca a la forma de la ley, aguijando
la hiel y el desflecado sollozo en los rincones -navíos recalando
en la costa del mal, esta hórrida, esta inhóspita
insensatez o absurdo payaso sanguinario, siempre desoladora
ceguera marinera frente al soñado puerto,
faro que tantas veces sólo la muerte enciende-; sino
criaturas flexibles como llamas o rosas,
un idioma no idioma, centella inapagable
recorriendo miríadas de túneles, trazando victorias, dibujando
armónicos diseños de hielo iridiscente; no local mediodía,
sino diafanidad universal. Flor de naranjo enjuto,
el orden allí acrece: ambarinas abejas mielan
e inventan de continuo panal esplendoroso;
la prieta concreción se torna gema,
canta desde la roca, y sus facetas
rielan confiadamente abanicando espectros,
y ya no se convocan abstracciones como entes conjurados
por palabras sumisas, ni se elevan
luminiscentes tumbas tiradas de cabellos,
que a lo sumo son sombras del mineral amigo,
de la piedra gimiente bajo al vista franca,
o la hoja ofrecida como amoroso rostro.
y, sobre el orden, ojos, ojos que velan, lunas
incandescentes sobre jardines nocturnales en que lo gris es música.
Allí la vida es fúlgida, prístina lengua que ama,
poesía abrumada por sus dones.


3.13

En torno del brocal la luz gobierna,
y el mundo es un retablo de repente encendido
para siempre; colmena dulce, enjambre, bandadas sistemáticas
de electrones vivientes y bacterias ardiendo
como un árbol tremante que devoran las llamas,
hecho una cabellera que azota a la alborada;
viva conflagración de ideas, de retoños de alambicada tierra
relumbrante, trocada en ejércitos de ángeles y plácidas
florecillas volantes de acero al molibdeno.
E íntima o manifiesta,
deleite incontenible de sodio y de potasio,
de los que zarpan rayos de dulzura,
la carne iluminada
fosforece cantando gozosa coherencia
del que se sabe padre de su constante origen:
alcázar alumbrado, antorcha escarmenada,
de amarillez aguda hasta el delirio,
sobre un mar glauco y zarco de montañas y oleajes
irresistiblemente, celestemente ondeantes.


3.14

Arboleda armoniosa, cada uno de vosotros
será ley: no es la vida río en que arrojar niños,
tocar peces de plata, sumergir violoncelos;
es forma que adoptáis, como aquel gesto vuestro
o vuestros dedos curvos acariciando frutos.
Y es la muerte, si insiste, pausa entre melodías, un galope
que entierra pedernales sin nostálgico tino, serpenteo
de honradez de suceso entre suceso, aunque, memoria remotísima,
tal vez la estable carne se encabrite tal cuando
el día de la escarpa junto al frío.


3.15

Seréis amos del fuego, del instante abrasado
por corrientes revueltas e imprevisibles ninfas: alguien tiene en la noche
un asedio de sangre desbocada, de temor engolado, de odio obsceno,
de pan que no aplacó el amor codicioso del pequeño difunto,
de ofensa aglomerada y ronca tiranía de dos más dos son cinco,
de miedo desgranado que inocente provoca; desde luego, lo tiene
por siempre bajo el pie, quebrantado a quebranto, porque suenan trompetas
que desfloran el aire a rutilantes besos,
imponiendo la calma a borbotones, en medio de iracunda
paz arribada blanca en rayo mudo. Alguien tiene una hermana,
una drupa madura para vuestro deseo; una tal
que asomarse a sus ojos es, cayendo dichoso, extremado asomarse
a un abismo o deliquio, deslizarse, con médula exaltada, hasta el núcleo
de la Tierra; una tal que ella es tierra de exacta sementera
hallada por el sol y los elogios.


3.16

De regreso de allende la harina inverosímil
del pan de vuestra mesa, de allende el sofocado
apremio en las pestañas y la deliberada
torsión de los gerundios, los cuellos y quimeras; de regreso
de allende las palabras que juguetonamente salpican el mortuorio
olor de lo finado en el presente omnívoro
y aquellas volanderas que irreverentemente congelan el futuro;
cuando indulgentemente hinquéis nueva rodilla en lo grotesco y lúdico,
cuando queráis reíros de vosotros, del mito
que aún os conminare con otra muchachez
de célebre perneo ante ciclón de perros:
Saldréis a buscar lilas, sobre un caballo blanco
formalmente posible como un prado real, tan real
como este mundo es prado para niños posibles
que hallaran crisantemos sufriendo bajo el peso
de diluvios de notas de arpa excéntricamente
cuidada y pellizcada por una jovencita de trece años,
mas nunca paradojas en sus tallos fogosos. Miraréis
cual brotes de tocón los lunares que avivan vuestras carnes
en otra inesperada primavera,
como grama el cabello, mas como cuerpo el cuerpo
que sois genuinamente, exactamente como,
con propiedad felina hablando, como
un planeta, sin más, organizado. Sabréis del ventecillo
que excita en vuestro entorno los senos del silencio, que levanta
cejas dentro del tacto de lo connatural,
con diabluras de cajas de sorpresas, o con
el aire de locura que fingen los objetos
cuando los veis de veras.


3.17

Simplicidad sencilla o acosada, seréis
la conciencia del mundo, respirando pausada, suspirado
conocimiento del conocimiento, tal como si dijerais:
para cada galaxia se abrirá un escrutinio, no obstante que os sintierais
miseria pura, herida, densamente infinita. Viviréis
de vuelta de la vida; juzgaréis, como si todos los que
alertan vuestro flanco o hallan vuestra mejilla
-perdidamente exangües y arrastrados por yeguas de cristalinidad
lechosa que galopan tundiendo la ceniza
en que escribió apellidos un esfumado dedo-
hubieran perecido, y pudierais amarlos, como en verdad podréis,
por lo que fue perenne y será ya recuerdo
en la hojarasca pálida, en el liviano peso
de la opinión malévola o el de su magro pie sobre la grava;
y os miraréis, también, cellisca indiferente, como remotamente
derrotados por mansos aparatos florales; oídlo, os miraréis
cual reposamente analizable polvo levantado entre fatuos
maleficios y tósigos y juegos cortesanos que por risa tocaron
reconocidas piernas o suaves ventanucos, y entre anchas bocacalles
transidas de vehículos, rubor bajo silbatos y flechas y relojes,
perros de Pomerania y fiestas idas; y sabréis con justeza
del valor del valor, como los girasoles
saben lo que ellos saben del día que flameó.


3.18

Seréis, con la llaneza del cenit que derrama
su verticalidad, lo que llamáis ser buenos,
cuando esto lo tomáis como una estrella fija,
ya lógica por sobre la lógica. Podréis
dar, entre lirios, muerte, exterminio radioso
sin mal ni odio, conclusa raíz de nueva vida,
como matarn nardos de acero que amenazas
domaran bajo el yugo de su dócil potencia. Seréis, cuando
no una serena palma sobre una roca fiera,
materia embelesada troquelando un laurel de gloria impune,
despierta en su embriaguez como los dioses,
como flores canoras prendidas de entusiasmo.
Y en verdad no seréis miembros de especie alguna, sino
principio y fin, toda una; un retorno al origen, un río de gladiolos
que su flujo remonta; por fin aquel recurso
dentro del curso; fuente y corriente y cauce que al unísono
nacen y se despeñan dicamente poblados de destellantes peces
de vivero; otra luz, luz invencible mientras
se inclina, bendición, sobre jazmines.

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