viernes, 10 de abril de 2009

EL MAR (1957)


TRILOGÍA DEL MAR


EL MAR
(1957)


Por Edgar Guzmán


1.
Oh vida azul de miembros diluidos,
confiados a su impulso en los renuevos
bajo una nube atónita y gaviotas.
Quien ve mira otra vez como quien ora,
y como antaño tú eres, bienamada, la mar.

En ti bracea errante el sol de la mañana:
rayos de luz, mil cuerdas de violines
vibran entre la plata itinerante y el
acero encandilado de tu rostro tranquilo,
y en tus extremos móviles te abandonas y dejas
amar en los avances de los acantilados.
Entonces surge, leve, la canción generosa de tu fuerza
y un antiguo mensaje fresco y nuevo.


2.
Oh mar, oh verde mar, estremecida madre milenaria,
arrullas locos peces en tus oscuras aguas,
y en tu magnificencia aplacas las agallas
del impasible enigma de la vida.

Mas, de pronto, los seres que pueblan tu carne honda
giran despavoridos y las aves se ahuyentan temerosas,
mientras tu vida oscura, encendida, desborda,
desborda y arremete contra párpados trémulos,
y tu voz primitiva y tu pulso salvaje se contuercen
como un designio ciego tras su meta de fuego.
Como la vida embistes, como ella
despetalas la rosa de los vientos,
te arrastras de furor, pones la muerte
en la arena del miedo, en la del júbilo
y en el de la agonía que incuba tus mareas;
como la vida viras, como ella
te engolfas a bandazos en la nada,
te pierdes y te embriagas y no esperas
la luz de un nuevo día.


3.
Oh mar, informe mundo donde la luz golpea,
en el fondo de tu ímpetu de cristal turbulento,
te repliegas cubriendo, vejado, tu superfluo corazón,
la duda agazapada que atormenta
tu grandeza sin rumbo, tus corrientes,
tras cuya fuerza ocultas la filiación incierta
que ensombrece las olas ante el viento.
Sin embargo, te arrojas, desgarras tu vacío y continúas,
insulsamente fijo a las razones pálidas
de una rabia incesante que indomable aletea.

En una inmemorial noche de rayo y trueno,
estalló a borbotones tu opulencia utenina
y emergieron miríadas de animales hambrientos,
como tallos furiosos, como roncos cabellos:
seres de crepitantes designios y osamentas,
persiguieron la luz que concitaban.

De tu seno nacían árboles gemebundos
envueltos en guirnaldas de peces coloridos,
todos seres voraces, pese a sus suaves ojos.
Tu matriz plena en cada célula florecía
y en cada una anidaba potencia en la potencia.


4.
Desde el fondo de tanto latido derramado,
urdiendo inmediatez con los milenios,
conjurando la unión de las borrascas,
irrumpen de repente los labios pensativos
del pez que en sí acumula fósiles ateridos,
del pez de añosos cilios y viejos leucocitos,
que asciende coronado de trepidantes algas
y orlado con guijarros que un molusco mitómano
mimará delirante entre sus conchas.
Desde el fondo de tanto embate exasperado,
irrumpe, avanza y mata, toma puerto y procrea,
el pez que traza un número y arroja una palabra
como un dardo quemante y posesivo,
el que impone en los riscos una clara bandera
y somete el retumbo del mar ante su voz;
el duro y dulce pez, el marino de roble, el de tatuados
brazos demoledores que añoran las sirenas
sobre lechos ardientes de sargazos.

Con él crece otro mar de hierro y serpentinas
y acomete en ciudades que emergen de las aguas;
un mar de altas probetas y rayos machacados,
de herramientas sonoras y nobles utencilios,
de engranajes y barcos de papel desteñido,
de aviones de soberbios aires conquistadores;
un mar de hachas hiriendo maderas sorprendidas,
un mar de naipes, libros y exactas construcciones
y evangelios que aúllan concentrando ciclones.
Brama otro mar, un mar
de sermones que aspiran a próceres mostachos
en el lacio museo de la lengua servil;
un mar de arañas gráficas de inquieto contenido
que todavía lee, aunque doliente,
algún ojo pelado por tanta ventolera,
por tantos aguazales patéticos y tanta
vergüenza de perfil.
Bate la mar de flujos y resacas, un mar
ye hampones correteando en la excursión del pánico
y monjas sucumbiendo entre dos pasos;
un mar de ideas para las que rémoras
nacen de las palabras, del oído entornado,
porque un rancio rencor sopla de dentro;
un mar de modas llenas del ansia vengativa
de aquellas tropelías que perpetran las viudas;
un mar que ordena y manda más allá de sus playas
un desfile de estambres, que redoblan el garbo
ante la vista, y arde la vanagloria
de un batallón de antorchas cuyas testas destinan
saludos a tribunas en oleadas;
pero, en la otra curva de las olas, un mar
de ansiosas mordeduras en el pezón del odio,
de claveles abiertos en los pechos, de fieros
combates compendiados en el rojo
coral en que culmina la negrura;
un mar que quiebra siglos sobre siglos,
girando, dando tumbos entre aspas de hondo estruendo
mientras se enseñorea de su aguaje,
oleando, ley difícil, ante el ceño del hombre,
el supremo hacedor de manos frágiles.


5.
Pero ruge otro mar, cautivo entre pestañas;
se retuerce en un frasco de pieles estentóreas;
alea reventando, despierto entre las sienes,
y bulle largamente como agua chamuscada:

Mar interior,
hirviente caos, vértigo, hacienda amotinada
que agobia las retinas con múltiples diamantes,
furor sobrecogido de paz en la ribera,
En la blanda, la tersa, la austera superficie;
mar donde uno es su padre y su hijo y donde,
Ccntra sus abisales aguas y pleamares,
se empeña y se despeña desde sus farallones.

Mar interior,
turbulento volcán de viejos vinos,
mar que de pronto calla o explosiona
y se desnuda en sal, en onda abierta,
en agua sediciosa o recogida,
o arrebatadamente se dispara
a matar y morir lanzándose del monte
de Venus a la dicha, o a entregarse al salitre
con que brega un muchacho tras su arrugada frente
sin cesar de cantar detrás de su epidermis,
a la que la perfidia del tiempo deshidrata.

Mar interior,
en tu verde y azul y roja tesitura
se consagran las horas que llueven en la Tierra
como lágrimas de ámbar o de oro moribundo
y se miran absortas las raíces del cosmos,
que ostenta ensimismado flores llenas de asombro;
se consagran las hors que amalgaman el mundo,
y se miran incrédulos los tifones del alma
junto a la somnolencia de un lánguido hedonismo,
en tanto se cruza y alterca un avechucho
frenético graznando: “Yo era otro, no sabía”.

Mar interior,
con tu beata faz de ondas afables,
tus aguas abismales y oleajes errabundos;
con el orgullo a cuestas de tus debilidades,
la sed de poderío mordiendo terco acero,
los dioses perseguidos, el cielo inconquistado
y el cáustico inventario de un haber infeliz;
con el ávido muslo de líquido afiebrado,
el semen encumbrado, la flecha del ancestro,
el liquen impelido hacia la estrella;
y con limpios teoremas y axiomas bendecidos
y con todos los mares que vienen hacia ti,
eres el hombre entero con la carne del hombre
y eres aquel tornado de espuma visionaria
que impele ansiosos ojos con puño enfebrecido,
agitando una lira ensangrentada.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupenda iniciativa, Hugo. La entrevista que aparece ¿fue publicada anteriormente en algún lugar?, ¿dispondrás de más material que no haya tenido mayor circulación?

Un abrazo,

Carlos Quenaya