viernes, 10 de abril de 2009

EL MAR (1992)

TRILOGÍA DEL MAR
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El MAR (1992)
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Por Edgar Guzmán.
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CRECIENTES


En la Faz de las Aguas

… un velero sin otra
bandera que la suya.
3, infra.

1.
Clama el viento; congrega sus poderes dispersos,
y de pronto es legión. Sus voces largan velas;
se le adelantan, vibran con multitudinarias melodías
y acordes que acarician abras de islas lejanas,
donde, entonces, las olas galopan con las crines extasiadas.
Se alzan tonos, asumen potestades de albatros,
y las nubes, en lo alto, dan oídos, pensando.
El imperio del coro modula un arco iris
sobre sus aguas jurisdiccionales, y bajo su vigor
los tumultuosos ritmos del piélago promulgan
un memento marino para cielos.

2.
Pone rumbo un cantar
desde una resonancia de tormentas:
al mar, al otro mar, al mar que somos y eras
ya antes de que embalsaras la mirada y en ella
fueras agua impalpable por los huertos del orbe
y lo avivaras todo con destellos y rosas
más líquidas que lágrimas que humanizaran ojos
de dioses o arquetipos, legendarios
tiranos de la niebla.
Zarpa un cantar; navega
de bolina. Sus ecos son petreles siguiendo a un bergantín.
Iza sus banderolas y ensimismadamente
surca el mar que tú eres
pisando en tus razones, tus claros pies hundidos
en esa calurosa opacidad
del mundo si lo mueves.


3.
Es un puro cantar, un velero sin otra
bandera que la suya, un bajel de daimones, un vidente:
corta las aguas, y al cortarlas mira;
busca a diestro y siniestro entre el relente,
como se invoca a un canto disuelto en el olvido;
hala horizontes hacia sí, aproxima
a la mano los fondos que fueros conjeturas y regala
el guijarral lejano al ojo incauto; anhela
en un puño apretado los tesoros marítimos
-doblones, miriñaques, presunciones de jade-
y lo atraviesa todo; las crestas y atolones,
las rocas y bahías, los peces y sus dientes,
osamentas y sables, calaveras rientes
de piratas que a damas tras la pólvora vieron
y placeres sembrados en sucintos terrores.
Es más barco fantasma que un sonido de tumbas;
mucho más penetrante que la lengua en un tímpano.
Quiere alta mar y quiere playas de caracolas.
Pone proa a mar ancha aun dentro de las cosas
para lograr la limpia deferente distancia
que guarda la verdad, la verdad de mil ondas, la de todos
los colores del parque submarino
donde nadan pistilos y desovan
variopintos engendros que iluminan
vivos calidoscopios y vitrales marinos.
Es un canto sin dueño, un bucanero
de su propia opulencia y su destino.
Es un filibustero; aborda vida
y muerte, el mar que anduvo cuesta arriba.
Es vigía cantor; cantando avisa:


4.
Lóese o peniténciese el mar que eres y somos
al vestirnos de océano imperial, de embeleso
de azul y oro y trencilla y charretera,
o de cínico y lóbrego mar generalizado,
mar por el cual despiertan los plurales
redentores santuarios de la noche
para ofrecer oficios de nictálopes.
Bendígase o maldígase este mar como a un
solapado veneno en un coctel nupcial o como a un
ejemplar desamor qu vale un mausoleo.
Llóresele entre buitre y buitre, entre apetencias
aladas que, solemnes, se pican y disputan
mesetas de carroña pudibunda; y llóresele
allí donde remonta el vuelo una palabra corrosiva
y alcanza la mejilla pura de una promesa; o alelúyesele
desde la embocadura de los días leales, desde el alba
que levanta los párpados y mira de hito en hito.
Tíñasele de sangre en el perplejo horror
de un eclipse de sol sobre hombros de salvajes,
sobre un caos de pies huyendo y retomando;
o, en esos mismos hombros, pórtese a los fastos,
al genio de los rétores que recamaba andrajos
o a una marmórea vida suspendida en su edad
y aferrada a sus bucles cuando se sueña helénica.


5.
Pero a este mar que olea por las plazas,
a este mar que sabe
que las altas y bajas mareas de la vida
crean mundos y crean sus propias luminarias
y organizan cruceros y llevan a su riqueza
a las cáusticas tierras de lo exiguo;
a este mar de alientos
que concentra en un cuenco la realidad entera
y cuando es construíble y cobijable en un abrazo etéreo;
a este mar impaciente, u férreo cronograma
ya undívago a la vuelta de la esquina;
a este mar, sustancia de los mares,
préndasele farolas y exáltesele siempre
en la total silueta de su espectro sonoro
y en sus sombras que encienden más candiles que el fuego.
Porque este mar, caudal y fuente, sal prestísima
que tan pronto sazona como quema;
porque este multiforme
mar que baña mil playas con solo una cualquiera de sus olas;
porque este esquivo mar, o cielo de cabeza es toda y nuestra
única realidad de ricahombría, la única
honra con que alumbrarnos o toda la tristeza
de ser o de no ser lo que en la intimidad
de la ínsita lechuza que ora o piensa so carne de morir
cría virtud de hiedra y hambres helicoidales
como flores de almácigos secretos.


Mar de Proa

Niño de principesca impavidez, tú llegas
13, infra

6.
Retumba el maretazo de un pasado insondable:
una cosmogonía disperndiosa y veloz,
soltando gruesos vahos, se consuma en un cabo
neto mas parpadeante del insomne universo,
e irreparablemente, como una maldición
contra la muerte, naces.
naces oscuridad ante un fulgor furioso,
arribas ceguedad entre dos luces,
tal vez entre dos sombras de intermitente brillo,
entre serpientes, entre curanderos
y magos que sonríen, seguros, tras sus máscaras.
Un resplandor de magnas y menguadas candilejas simula
un número debado de tu pelo.
Un lustre de asteroides mundanos canoniza
tus retinas. Sarcástico,
delante de ti baila un chispeo
de peonzas movidas por magnética
natura o por volátil artificio.
Se enternece por ti hasta la afonía
un amor abnegado por norma. Un paraíso
de árboles bienhechores acecha día y noche
los convoyes del sueño y la vigilia.
Y, por ahí, cantando con las callejas
en las cuales se apagan las capillas,
algún fruto prohibido ameniza las treguas
de la infancia y la historia, de la visión que arrasa
las lindes de los ojos para mejor mirarse
heroico, noble, príncipe, matador
de dragones, luciente en una corte
de esforzadas deidades que dan razón de todo:
del dolor, del ocaso, del delirio en un seno.
Se nace vanidad, ficción, engaño; ignorancia se nace,
para de vez en cuando morir sabio.


7.
Un día agolpaste detrás de tus pupilas.
Cada parte de ti miró por tus lumbreras.
Te detuviste allí, mientras retrocedías
para más claramente
verte tras una infancia de días opulentos,
de heredades de asombro inagotable,
en que cada mirada era reliquia,
cada paso una marcha hacia ojos persas,
cada retorno el ponto de una Anábasis.
Entonces cada aurora era inconsciente
hallazgo, invento, toque de luz inaugural,
y cada atardecer un perdonable
asilo a las errantes comitivas del mito,
agobiadas de galas o bajo pieles crudas
pespunteadas de visos acrílicos y asépticos.


8.
Hasta que el día aquel, un medallón
de luz entre los pechos de una Ángela María,
llegó, tras la niñez de lo mejor
del corazón, que es siempre una edad de oro;
y, apegado a su voz, obediente, quisiste
en lo humano creer, poner tu mano
en la fe por el hombre, creer honestamente
en él, creer sacándote
en señal de respecto el esternón y haciendo,
como un paje inocente, un par de venias;
trepándote en los párpados de la urgencia, quisiste
encontrar acerada razón, ya no un impulso
de bestia, para amarte. Y con ello
iniciaste un penoso esparcimiento:
conocerte en la playa desnuda en que prospera
la verdad. Pero al punto,
al empezar, oleada tras oleada,
a conocerte, a verte a contraluz, delante de tu saga,
un amor como un odio constructivo
afloró sin encono: imperó la dureza
de la objetividad; heló zarifos sobre tintineos,
atrapándolos dentro de su diafanidad,
junto a la ineludible
displicente estatura del guijarro
y al vivo hincón de un fiasco.
Y ese amor se afanó
en brillar, en flamear, en locamente
ser istmos de joyeles consumiéndose
por graves continentes y arder en las cabezas,
revisando los saldos deudores en la noche. Y luego,
dueño de una onerosa irradiación de antorcha,
pasaste frente a ti al modo de aterrado
converso que al cruzar una pasión prohibida
salta sobre las brasas con pies descalzos, con
la agridulce agonía de quemarse en deliquios
o en un suicidio fúlgido que le diera la vida.


9.
Y lo hallaste por fin, intenso, nítido:
todo un mar circulando en una caña,
todo un mar retronando con una huracanada
música de armonías imposibles para un oído, pero,
para el otro, discurso que, crescendo,
manotea en gargantas de posesos
o cánticos de monjas rasuradas
por el filo inflexible de una idea;
un mar de quintaescencias escapadas de un púlpito
hacia la vida; un mar
de sangre derramada y pisoteada
una vez y otra vez en catacumbas,
de inmarcesible savia que estremece
el boato del árbol de los años
y arranca hojas y flores y bandadas de sámaras
o modos de volar de frutos y semillas.


10.
Como una ontología que enraíza en la nada,
unido te dispersas
dentro de un matorral que envidia al bosque,
al par que lo abandonas
por seguirte hasta ti:
oh seudoparadoja
que se lame a sí misma y que germina
en un erial sin nombre bajo la lluvia anónima.
Y allí, desde la noche, creces como un desvelo
pelado por ventiscas que los astros conjuran.
Bronca debilidad apasionada, creces
en esta diminuta playa del universo.
Creces temblando; creces tallo que mira y nombra,
caña pensante, pascalino junco.
.
.
11.
Arriando el desconsuelo de tu verdor oscuro,
devienes distinción en la turba del tiempo
y en las sombras, perfil real, erguido, solo,
infirme entre otros juncos, explorando
aleatorio sostén en ribera o cañada. Polemizas
con el terrón hostil. No ganas,
mas te nominas miembro numerario del ínclito
universo entogado en sus escaños; y, aunque eres
apenas una caña acuciosa, lo aspiras y espiras de tal modo
que eres otro universo, un mar, el mar que, como el mediodía,
hace hasta de las sombras su dominio.
.
.
12.
Tú vienes, y tu ser
se pliega sobre sí; forma intangible, cono que hacia el vértice
origina otro y lo abre sin piedad a la sólida
materia de los sueños, al febril raciocinio
o a la imaginación, que procrea gorriones
por templadas ballestas disparados. Tú vienes
propulsión y palanca, inercia y masa, y naces
programación de espuna y peña ascética.
Vienes copa de vino que al beberse es memoria
y en tu mirada creas para lo digno y bueno
espacios como silos en landas de abstracciones,
como redomas entre nubes para
una sublimación de lo silvestre,
como nodos de abdómenes de insectos celestiales
que trocaran sus presas por el rico algoritmo del instinto;
pues vienes, y tu sino
es un reloj de arena que canjea cristales por un cuento,
batallones de cuarzo por fanfarrias
con tubas y trombones que baten
las iras de los aires marciales, por palestras
}en las cuales ideas que han de morir saludan
a las que señorean mientras riela
su cetro entre las luces.
.
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13.
Tú llegas; te estableces como una seriedad desconcertante.
Niño de princepesca impavidez, tu llegas,
insigne desparpajo, a vastedades de esplendidez sidérica
en que tan solo esferas a salmodiar se atreven.
Tú llegas, te atavías y te acicalas y
penetras en la música como un pífano rojo,
incristando rubíes entre metales áureos;
o pones a bogar pirotecnicas que elevan
peces como girándulas para desdoncellar
la calma de los cielos. Llegas t te aspsentas,
junco pensante, percepción erecta
y maquinaria arácnida de redes digitadas.
Miras, devastas y armas
mundos; los conglomeras,
como huestes y orfeones de ángeles, en la holgada
puntra de un alfiler, realísismo ente.
.
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Mar Cerrada
.
Llegas y te aposentas,
junto pensante, percepción erecta.
13, supra
.
14.
Esa agua es un acecho fijado en el duramen
de un árbol cuyas hojas son ojos inyectados
de saber: oh milagro más endeble y frangible
que las insinuaciones de una dalia expedita
y sus trepidaciones de amor bajo la brisa.
Milagro transitorio: se transfiguran, súbito,
océanos tundentes y obsesivos; meditan,
y de un salto adelgazan su pasión su grandura;
domestican su bruma, la hacen rocío y surten
el voraz sumidero de la curiosidad,
convergiendo en un foco como paisajes rápidos
de horizontes radiales. Surten los apetitos
de esa caña pensante, esa agua en vela,
que en el centro del centro de su avisada médula
ya no quiere vivir si no es por ella:
la calva pero rica, cuidada mas punzante,
curiosidad dentada
desde el óvulo henchido, afortunado;
curiosidad que abría desmesurados ojos en el eléctrica
matriz de la sapiencia; curiosidad sedienta,
hija de un impaciente encuentro prenupcial,
que desprendió ya chispas de la hermética
cripta de las tinieblas: es el canibalístico
dictum de poderío aristotélico,
el que corroe y muerde después y antes
del ara del dolor en que ejerce la muerte
su mando de abadesa. Después y antes
del lecho al cual acuden
la risa entre un follaje de fantasmas
del pasado y su prisa en la nocturna
lascivia de las nubes de estío; de la púbera,
que acosada a las pueertas del sofoco,
pórticos que flameando se desploman,
echa un sí como lava que retornara al pecho.
Después y antes
del miero o la ventura en la aguda vertiente
del albor y el estiércol sin tacha, en la vertiente
de la boda y el tálamo de faunos y meninas:
.
.
15.
Qué pasará después; qué final aguadija
por el hilo fatal de los sucesos, si empujara alevosa
mano la dignidad contra un engrudo
y amasara en su harina la sangre, la altanera.
Qué pasará en los atrios de la nada,
cuando en noche de fiesta en el iluminado
palacio de la muerte se abran de par en par
para ti y tu carroza los portones.
Quién montará tus yeguas y biznietas,
derrengándolas entre las postas del deseo.
quién romperá los sellos de aromadas misivas
en que solo contaban las palabras pequeñas.
qué jabalí minúsculo
hozará los ducados subatómicos
y encontrará otro prófugo debajo de un neutrino.
Qué viuda en el espacio tenderá cibernéticas
manos y excitará galácticas turgencias.
Quién marchará al oeste de este charco de estrellas
a batir las praderas
del viejo y buen Messier. Quien, marticando
peros e interjecciones como cangrejos vivos,
hallará el salitroso manuscrito y las sales
que un naufragio encerró en una botella.
Quién rescatará el frio sol de los abatidos
ancladeros por donde pasean ventarrones
y la soledad suelta su melena y ulula. Y qué serán
tales ducados mínimos, sellos como misterios
y estrelladas praderas, y cuál la catadura
del ahogarse en su propio remolino, y a dónde
huye la misteriosa realidad,
la de los siete velos y la perla
en el ombligo mismo
de un orgasmo brutal de onda y partícula;
hacia dónde huye, hurí cuyas caderas
provocan a su paso
a púlsars y bosones y a una proposición
que es recurrentemente desflorada. Oh, todo
un crecer como un niño o hinchazón de preguntas, un crecer
entre orgías agrestes de neurotransmisores
y eretismos que preñan, como a nadas los vuelos espaciales,
las vacías esperas en las que desvarían
sinapsis y sinapsis.
.
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Mar larga
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En esa calurosa opacidada
del mundo si lo mueves.
2, supra.
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16.
En tu peñón te yergues
como un insomnio crónico; atalayas
tus bancos, te vigías
desde tu cavilosa espuma. Cae
-precio de justicieros, castigo de culposos-
de tu frente tu pan, en escarceos
de sudor terminante, de arengas, de rocío
que se alaba en la cumbre de horas tórridas; caen
hidalgas, desde el palmo de piel inconquistable
donde pródigamente se amasan y ennoblecen,
hogazas que en tu mesa son testas coronadas.
Muere, mientras batalla, un mar como una noche sublevada,
un mar aque obedeció al toque a rebato,
destronó incertidumbres verticales y luego
fue un mar que anduvo de puntillas sobre
el muñón de la angustia.
.
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17.
Escucha: un mar se agita en la profunda
cavidad de un suspiro. Alienta como hirviente
plegaria contestada con creces en las órbitas
de la unción. Allé el héroe, el mandoble, el no
inaudito y la criz dorada y póstuma
se esfuman en un mutis explosivo. Allí
el mártir y la piedra horrorizada
por el húmedo tacto de la tierra alazana
sangran solo en las crónicas. Allí sombras no son
sino las que se escurren
mirando de reojo bajo cubierta, y pálidas.
Qué mar impera allí: en él el santo,
ya sin oposicióndel mal es sólo un hombre, un jujuriante
cantor arborescente de verdades,
como un pino barítono en lo alto de la brisa.
.
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18.
Pero un descalzo pero, un pero cínico
como un depauperado excondotiero,
apuñala utopías en cualquier
lugar abandonado de una pausa: también
es el mar un lugar donde naufragas, donde más prontamente
se oxidan tus metales, donde cada gotícula
te extenúa con lo o bvio: el mar es una fuente
riquísimo de sal y sed y la temida
lobreguez de las penas, que corre prieta y líquida,
furtiva bajo el so. El mar completo
es viva sucesión de crestas y escondidos
senos, senos que son la negativa sustancia del latido
del agua, negras diástoles, almendradas del sonido
de una balanceada acción retributiva
como el cruel artificio de un correspondido desamor.
En su extremo sombrío, el mar completo
es un juego de dúplice siniestra palidez,
cuyo flujo y reflujo, cuando pierdes, te arrastran
hasta traerte exangüe al litoral del luto:
postrer beso devuelto por la amada difunta.
.
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19.
Penetra, aun con recelo, en estas duras aguas.
No quieras evitarlas. Has de cruzarlas; son
un carnaval violento de una enexistencia indemostrable:
sus cabrilleos valsan entredías vandálicos,
y, en torno a los escollos de la noche,
sal en trance espolea torbellinos
sobre tus calendarios consustanciales mientras
se enerva toda espuma, ya con la mera alarma
del tiempo mal usado, y se aleja girando:
chiflido entre las velas de Caribdis. El mar
no es sólo espejo lúcido para un arrebatado
yate lleno de entregas en nieblas de gemidos
o la imprecisa dicha
que el suculento talle de un verano de ninfas
oculta como al sexo con que premia.
En posesión del puente, muy pronte se descubre
que la mágica mar es un Circe
solemne y sabia que exclusivamente
se desnuda destrás de sus promesas.
.
.
20.
Este es el mar; en él, resueltamente,
el sol llega al abismo -como una introspección
da una mirada al sótano del corazón-,
y nunca tiembla; en él,
los oscuros poderes son oscuros:
los miran las gloriosas estrellas
con esa tolerancia con que sonríen sobre
marejadas nocturnas.
Pero el mar es el mar: navegar es un juego
peligroso. Los válidos mascarones de proa
no son vírgenes locas con ramos en la boca;
son doncellas suicidas de un amargo optimismo.
No le temen al mal que lame tajamares
en las aguas reales e irreales,
que ahogan por igual fuera de borda.
.
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21.
Este mal es un opus de número variable.
Es la cara que esconde la moneda
de la vida. Es un mal al cual sus propias olas
ensombrece. Discurre disfrazado de error;
se afirma, y halla siempre una sotana.
Es una cicatriz que se hace pasar por nervadura,
como un beso de Judas por un beso. Lo mismo que el rumor,
no puede refutarse por falso mas circula
y roba en la armería de la vida. Es la condensación
de temores más vagos que espíritus sin rumbo
en la secreta química del prójimo o del par
gacho en una lejana amarillez. Él es
la impronta enmarañada
de un gratuito enemigo en lo recóndito
de su visible amor. Es sucio matachín.
Es sólo un hijo de una
vanidad meretricia y de algún sarraceno
ganapán asesino; aún ignora
que el temple es lo mejor de los alfanjes.
.
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SENOS
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Mar Tendida
.
Inicaste un penoso esparcimiento:
conocerte en la playa desnuda en que prospera
la verdad.
8, supra.
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22.
Mira aquí fríamente, que la violencia puede
con frialdad mirarse. Convocando
cada vez otro mar, flujos de oprobio,
fieros tumbos de belfos descontentos
lavan el litoral de lo indecible,
para derivar libres bajo mil atavíos
y aun singlar invisibles:
siniestra carabela delmal, de velas negras,
rumbo a exeqjuias marinas,
que avanza a veces mudo y que a veces escora
dulce como el olor de la carroña,
incontenible, día tras día, año tras año,
hasta que un huracán de sal pica tus ojos,
tu rocío se esfuma, rizado por la cólera,
un rompiente de fuego resuella en tus narices,
y es lo inefable efable: tu dragón personal,
desde su indignación, desde desiertos
caniculares, vocaliza estrépitos,
vocaliza alcotanes y vuelos vengativos,
muertes celestes que,
por la paz de los glúteos de la gente, por esa
humanidad redonda en su quietud, querrías
tan irreconocibles como amplios y oniroides
prontuarios de tormentos chinescos, en cuya órbita
todo, excepto el sufrir, es enigmático,
pálida pesadilla de la cual
cualquiera es un bendito despertar.
.
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23.
Mira acá imparcialmente, como el aire
que analiza el trajín de una ola. Se alterna
como con el demonio de la perversidad. Se decide, aduce,
plagiando a la justicia y la inocencia, puritana ceguera
o caliza blancura. Hay un tráfico;
alguien capitaliza, alguien liquida;
se va desde la guerra hasta una vergüenza
como aceituna grande en una libación.
Algunos libran príncipes, jaurías, expansiones,
mientras otros, tal vez ganándose algo, resisten y destruyen
con la voz, con la sangre y con la obligación
de adptar posiciones bajo el viento en un campo,
de preferencia alguna horizontal debajo
de unas piedras blanqueadas o de cruces
llenas de incomprensión o indiferencia.
Otros gozan sin fin la calculada negligencia que muestra
qué traje o qué tardanza humilla más. Todo ello
-la sangre y el rubor y el orgullo de espaldas
en el suelo o el alma- con razones
que pierden la razón si se las nombra.
Y millones, así, de combatientes y dulces anfitrionas
quedan muertos en vida o en la muerte
o heridos en la blanda matriz de la sonrisa.
.
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24.
Un mar muriendo mata alrededor
de playas de obstinados labios y clamoreos.
Mata manglares que reinciden siempre,
que entierran sus aireadas raíces entre el trópico
de la malevolencia, la de los ojos negros,
pronos a oscura madre de bastardos, y el trópico
de la envidia, la de los proverbiales
ojos verdes o verde vilis exacerbada
por el azur magnánimo y célibe de un blasón
cuyo abismo acomoda a una quimera.
.
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25.
Un mar rojo deambula alrededor
de la sangre guerrera de interminables noches
acosadas por ratas que propagan el duelo,
noches irreductibles que se ahogan con un inembargable
destello de carbón desafiado,
noches que mueren con las botas puestas,
como es muerto un soldado al plantar su estandarte
en la cumbre feroz de una victoria
pírrica, o al plantarlo en el monte
en que sepulta el tráfago de sus pies descarnados
y las suelas equívocas del asedio a una vida
que extravió su nombre en las escaramuzas.
.
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26.
Un mar negro se absorbe en su negror; engulle por entero
ríos de una sublime locura de matar, como alertado Médicis,
a presuntos mortales enemigos que, orinando el terreno,
ladran desde sus nombres mortales o inmortales; da cobijo
a hijos indeseados, caídos desde el tuerto
furor de una potencia desatada:
el precio de la carne en torno a una caricia;
un místico llamado que transita de incógnito
por alcobas cumplidas, por higueras
terminales, por rezos de verdugos;
o una teoría de pestañas fatales,
amada con amor de lazos táctiles
y arrobo por el cual se pierde la cabeza
bajo un farol fanático confabulado contra
la paz del vecindario.
.
.
27.
Como una ingratitud negada por su padre,
errabundea un mar de ensombrecidas
avenidas de atmósfera salina, donde relampaguean
dorados proxenetas, pordioseros pudientes, maleantes
y mendidos de vida sobre los cuales pende
una módica muerte o una felicidad
rauda como un disparo en la cabeza.
Siempre enviciándose en la infinitud
de un segundo vilmente dilatado,
salta un mar de crueldad
cual cuchillon en ventaja
contra cuaretos traseros, justo cuando
un mar avieso arrastra contactos y dulzuras hacia un vaso
se semillas de flores ponzoñosas, y un mar
de delicias y horrores futuros quiebra sobre
cráneos de neonatos de ojos zarcos
que arden en el greñudo limbo de lo inseguro
como diablos azules o ángeles sorprendidos
flagelando con saña las entrañas
de las apetecibles hijas de los mortales.
.
.
.
Mar de leva
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... en sus sombras que encienden más candi-
les que el fuego.
5, supra.
.
28.
Rompe un mar de palúdicas miradas
sin fe, como hojarasca de un impensado otoño,
un otoño precoz al que apresuran
rachas que se repatrian de futuros baldíos.
Son miradas que seca la pena de no ser
dueño de nada o sólo de unas briznas
en un lugar incierto dentro de jerarquías
de círculos concéntricos, entre los que transita
útil parasitismo que se arrima y succiona
de grandes a pequeños, de ilustres a ilustrados,
de osados detentores a magros descastados:
naves hipnotizadas buscando fondeadero.
Son miradas que vara la conciencia
de no ser sino dueño de la desesperanza
en medio del desierto austral de la pobreza, quizá en medio
de un arenal blanqueado por el odio del nitro.
Ah, no estar entre aquellos que comen y codean, y pasar
civilizadamente de largo con el frío
y el hambre que se cuela de rondón en el alma,
leve como una ausencia de manos estrechadas.
Ah, soledad que husmea en loa esperanza,
como una vacua noche
besa en la boca a otra, que, somera, palpita
en piedra encallecida o en apático limo; soledad o mortaja,
como niebla indecisa que por los pies asciende.
Ah, soledad ubicua
como una noche sobre una ondeante ciudad
abandonada, ubicua como una desazón
de viento, de ventola
llena de ecos añosos sobre una isla que no aman
ni siquiera excretorios cormonanes.
.
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29.
Así como una noche fugitiva
acosa los rincones del día, así acomete
un mar de horas sombrías y de sombras,
que hora tras hora crecen y se acrecen
en el resentimiento
de tener que morir y nunca más tener
aquella pantorrilla para el ojo combado,
o esa fina garganta para el lebrel o el sueño;
o nunca más tener la fortuna o la gloria
o la paz sobre un gránulo de arena que se gana
con una frustración que se solaza
en el detalle nimio pero artero.
.
.
30.
Así como las noches fugitivas
asuelan las murallas del sueño, así acdometen
un mar de sombra horaria y un mar de horas,
que sombra a sombra crecen y se acrecen
en el resentimiento
de tener que vivir y no tener aún
para el ojo combado la pantorrilla aquella,
ni la señal sutil que sueños o lebreles
desencadene tras gargantas finas,
ni el gránulo de arena sobre el cual ganar paz,
fundar gloria o fortuna sin una frustración que se solace
en el detalle arteno pero nimio.
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Mar Encontrada
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Se enternece por ti hasta la afonía
un amor abnegado por norma.
6, supra.
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31.
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