viernes, 10 de abril de 2009

RONDANDO LA CASA DE LA DICKINSON (1990)

.
RONDANDO LA CASA DE LA DICKINSON
(1990)

Por Édgar Guzmán

1

Nunca anduve perdido por los prados inhóspitos
donde tan sólo el viento montaba los caballos;
nunca anduve perdido: tu corazón golpeaba
con la fuerza de un faro bajo el hielo en que ansiosas
ascuas de mil veranos adensaban sus fuegos.

No importa que hayas muerto: puedo besar tus labios
detrás de tus poemas y entrar en ti, en el copo
de nieve en que se abrasa tu hogar como una copla.

¿Qué escarcha maravilla tus dedos en la luna
sobre el jardín que aguarda la sombra más bélica?
La misma que a tu puerta de paterno sigilo
disciplina la boca de aquel infante autista
que habla un día como habla por los mil setecientos
setenta y cinco partos de tu conciso vientre,
que es un ojo o no es nada surcando un mar de versos,
un monje que madura hasta llegar a niño,
o llegar a ser guarda de un bosque cuyos árboles
cobijan torbellinos de leones y antílopes.


2

Te fuiste, y qué; tu magia queda,
te fuiste, y quedas tú, como una iglesia
en la que entran fieles con devotas
ceras ardiendo como tus pasiones.
No importa que hayas muerto; estás viva, aguardas dentro
del mundo que empinaste sobre la voz de un grillo.

Vuelvo del norte a ti, vuelvo del cierzo
a tocar tu ecuador con un incendio.
Vuelvo a ti, vuelvo a esa
que no veían cuando te veían.
Corre, Emily, que soy
aquel por el que crece tu claustro en la lomilla.
Soy el cantar; yo vuelvo siempre, traigo
mi trote a la desierta calle mayor, erguido
como en rito de magos para tus ojos,
con mi caballo alerta, por ti caracoleando
y ardiendo de los cascos a la crin.
Prepárate, que vuelvo como a ti
te gustaba: invisible para el recelo en torno
de esa tu cabellera sedeña por la cual
se detenía el sol en el poniente;
invisible ante el pétreo centinela de turno,
mas para ti palpable como un rostro en tu pecho,
visible como un brazo arboleado para esos
ojos que aguzan llamas con que bruñir la noche.


3

Abriré un corredor por entre el día
en que te hirió la luz derribándote en ti,
el día en que mediste la altura de tu invierno
y te avezaste en tu alma, guerrera de la nieve,
para poder alzarte asceta en tus zapatos,
para amasar la noche en que, arrogante,
le pisaste los dedos a la muerte;
para mirar el frío por tu llanto y tu risa,
para mirarlo por tu coraje de escarpa impertérrita y sola,
por la glacial rendija de tu hoguera de látigos,
por tu yerto cristal que hablaba con las flores.

Te acercaré mis ascuas,
porque estuviste herida bajo el palio del hielo,
aun cuando la entereza circundara tu ensueño,
como ecuánime gira un pececillo
tropical coloreando la paz de la pecera,
como atenta ojea y desespera
una luna indomable de congelada furia,
angélica en el vértice de una esperanza helada.


4

Penetraré en la calma de tu mansión sombría
a atizarte los leños del amor. Heme aquí;
traigo el toque secreto para tu puerta, traigo
mi ser desnudo para tus almendras,
abiertas por mi bien bajo tu almohada.
Abre, Emily, que voy por tus cañadas
a teñir tu Jordán con tu rubor virgíneo,
a espesar su corriente gestante, sus augurios,
con tu móvil sustancia, que de sí se percata,
que se recoge oruga y tras un guiño
despierta autoconsciente mariposa,
cuya huraña belleza provoca una erección
de pelos aterrados, de sospechas,
en tu piel que se cierra y se electriza.

Abre ya; he de entrar
como apócrifo Juan que resultó el genuino.
Yo soy tu canto, soy el venturoso
dueño de tu espaciosa soledad, bóveda donde
el chasquido de un beso es seco trueno.

Haremos otra fiesta, porque en ti
un inmóvil lagar de percepciones,
una estofa que piensas en sí quieta y tendida
se expande y se distancia y danza,
pues danzando se vive, se madura;
prenderemos las luces y ventanas, que en ti
una estofa expectante se arrebata y carmines
echa a volar al aires desde tu cuna y ama
y conoce en su clímax dimensiones. Por ello,
rompamos a bailar sobre su años: te quiero
ver gozar otro clímax, el que en versos
tremoló con aquel cuando giraste, tenue
semilla a la que rapta un vendaval. Oh, verte
en tu doble placer, como a una niña
que amanece mujer y que reclama
elevarse compacta, material, materna,
y clama por su edad para volverse mundo.


5


El espíritu entonces, el gloriado,
el infatuado soplo de la carne en acecho,
era un perro rijoso ante la joven
bahía germinal en que te ahogabas
e insististe en ahogarte hasta ser plancton.
Te alcancé en el recodo de su sino,
cuando nadie en la Tierra nos veía;
morí una muerte más y nací para siempre,
para ser tuyo, el tuyo, el que tu piel y tu sazón pedían
sobre la pira en que doblé tu talle
y en que un beso en tu oído habló por mí:

Oh mujer, alfabeto que invento mientras leo,
corazón, tibio ritmo, sosiego suspendido
inútilmente cerca de mi insomne cabeza,
de mis guardias fervientes que en ti se multiplican.

Treparé por tus ramas a tu húmedo follaje
a constelar tu noche con veloces brillantes,
a conferirte el sello de mi obsesión más diáfana,
mordiendo lo que esconden tus arcos cigomáticos.

Has de desastillarte sobre el madero en vela
que aguarda impaciente desde tu roja aurora,
y lograr que esa aurora sea luz sobre un pueblo
florecido en los valles de tus sueños y entrañas.

Yo quiero ver tu voz encarnarse en el alba
de tu amor, que es elíxir de un día interminable;
ver tus alas crecer y envolverme en sus pliegues
como un ángel niño de pie bajo otro cielo.

Quiero que la belleza fructifique en tus miembros
como el texto que un sabio descifra e interpreta;
construir sobre ti y engendrar la mañana,
y en ti en tu exfoliada espera en tu retiro,
descubrir mi sentido, mientras mi celo esculpa
en tu cuerpo a mi amada y en tu forma mi forma.


6

Abre ya; agonicemos de nuevo en nuestro juego,
mi Emily, mi espiga con cerquillo,
sonrisa apuntalada con acero
largo esfuerzo de amor por no quedarse solo;
mi Emily, sensual labio sobre unos
dientes que aterran calcios de adocenados tímpanos.

Juguemos otra vez por dentro y fuera
del rompiente ajedrez que desangraba
los dulces, mas salvajes, ijares de tu lucha.
Tú será ella para tu mirada,
la metódica niña que colgaba
aros de poesía como muérdagos
de una inacabable navidad;
yo para ti seré él, el que colora
el hechizado haz de tu linterna mágica.
Entonces miraremos las cosas desde fuera
de sus tres dimensiones, y de aquéllas
haremos un sistema mayor en que movamos
los barcos y las velas, y uniremos
tu ver y tu mirar, y haremos uno
del descubrimiento del cuerpo en tus colinas
y de una violación en las antípodas
de otra exaltación de los sentidos,
de otro amanecer que solamente
para el siniestro puede ser sinrazón,
por la misma razón por la que inversamente
sólo para la bota en las narices
el olfato no cuenta. Nuestra fue esa pasión
de ave martirizada por un rayo, ese azaroso juego
que amamos juntos y que quiero siempre:
lo quiero, aunque tuvieras, como solías, leve,
que cruzar el jardín de lo mirífico,
como un búho de facto filosófico,
sin despertar al perro, porque para
parir la soledad bastan sus ojos
del color de la muerte, los que atisban,
a cubierto de rígidos colmillos,
de vuelta del país del odio lúcido.


7

Soy lo que hiciste antorcha y en tu seno alojaste; yo soy el
rostro recién lavado del mundo, despertado
por ti de su letargo y mitificaciones; soy, sin cábalas,
en el revés de un vínculo o en la renuncia de las transacciones,
el fustazo en la boca que reclamó su pan; o soy tan pronto
el feliz regodeo que te sentó en sus piernas
y te besó en tu nuca de muchacha, el tesón
de tu mano aferrada a lo que existe
hasta arrancar el vino de las rocas, el don
de abstraer la verdad crujiente en el hallazgo
de los labios unidos en un ósculo inédito.

Soy la vida y la muerte; en ti soy
señor de horca y cuchillo, soy
el guijarro pelado, el ábaco esquelético
con que llevar en serio las cuentas de la vida;
la suerte más vandálica y alada de matar
fantasías que habitan en la escama falaz de cada día,
y enseñan partituras fáciles de la muerte:
cada quisque se empluma para el mundo con una,
irrremediablemente negada a los poetas, cuando a solas, negada
a cuando avizoran sucintas geometrías o góticos flameantes;
te fue negada a ti, que miraste en la cara a la belleza
como a un astro saliendo de un lóbrego zaguán; te fue negada a ti,
que vista la vierda presa en los fogonazos
de tu explosivo lienzo, la verdad de tu prístina
visión que abrió pupilas en tus versos.


8

Pero encendiste el sueño, con todo; no querrías
vivir sin él, sin lo que un golfo
excava entre la más exangüe biografía
y un mero amblar de cascos sobre fango o carbúnculos.
Sabes que el sueño es vida cuando sangre
colorea tus velas, tus océanos
de oscuridad, de horror, de hiel, de hipócritas
y errantes tiburones y galápagos;
sabes que el sueño es vida cuando fuego,
te invita a visitarte, a recorrerte
y a enloquecer de luz tus aposentos;
tú lo sabes mejor, porque ese fuego
se atragante en tus venas, pugna y días
erige sobre noches de basalto.

Soy el sueño vidente, el lujurioso
deslumbramiento extático de alternar con el cosmos;
yo soy el erudito reverbero que envuelve
la contienda feroz de los amantes, soy
la mejor teoría acerca de por qué
cantan las madreselvas, de por qué las palomas
sueñan con los rosados pezones de las vírgenes;
la mejor teoría sobre por qué la muerte
funda la plusvalía de la vida,
y por qué el mar requiriendo el santo y seña
del que se hunde a nadar en sus orígenes,
y por qué flores y aves caían en las redes
con que solo querías capturar el crepúsculo,
y por qué el pasto es noble entre tus manos, y aun por qué
musicales chambergos atan el firmamento a los carrizos.


9

Soy el perenne vástago de la naturaleza
que te quiebra y te rompe como a un espejo loco
de tanto reflejar cielo y libélulas
y remansos mejores que el olvido.
Yo soy el peregrino de mil rostros,
soy un heraldo crónico, el revuelo
de alas que mudan de trigal y trigo;
soy el advenimiento de la música
para la que halla voz cada garganta.
Soy el cantar, el canto que en tu apretado tiempo
surcó tu corazón de estrella a estrella.
Yo soy la llamarada del infierno que entonces
guardaste en los vaivenes de tu pecho.
Pongámonos de acuerdo; engañaré a Lavinia;
te aguardaré, te aguardo, te aguardé: es lo mismo,
si la noche te quema y te ilumina.
Subo del otro lado de tus senos;
vengo henchido de pactos y recuerdos;
ardo por revivir en tu jadeo sólido
mi costumbre de siglos y de universos, y ardo
por forzar a través de tus estrechas
horas mi diligencia milenaria,
por nacer otra vez en tu sabrosa lengua
e, instalado en tu tibia recámara de anhelos,
como intenso rubí de su rojez colmado,
al trasluz de tus versos ser lectura.
Mira, he vuelto; yo soy el alhajado
retoño cortical de los sentidos,
que un día descubrieron que podíamos
ser los impíos ángeles que hoy somos.


.

No hay comentarios: