viernes, 10 de abril de 2009

LAS MANOS (1956)


LAS MANOS
(1956)

Por Édgar Guzmán

Sin esperanza,
con su vacío a cuestas como un sueño,
rondan las manos.

Sin premios duraderos,
sin más que la conquista que arremolina un lapso,
rondan las manos.

Rondan las manos:
blandiendo la sonrisa, la clandestina lágrima,
cortando oscuras sayas e insidiosas mortajas
que acumulas quejidos, gritos desesperados
y desganas que trepan en los actos.

Una suerte pequeña las deslíe
en los turbios adioses y en los llantos.
Y sin embargo agitan ondulantes sonrisas,
banderas valerosas, fosforescentes faros,
y falenas que niegan el crepúsculo.

Heridas, se hunden
de bruces en la tierra,
cristalizando un coágulo y un húmedo suspiro.
Pero siempre hay un alba que lentamente irisa los sollozos
y todo lo que cae de las noches.

Todas son heroínas si perduran
sin renunciar a su arma de desamparada.
Todas son heroínas si persisten
en su rumor gratuito y en su reptar sombrío
con que invocan la altura de los días
y alimentan la noche que crece como un canto
de recogido, de secreto fuego.

Todas son heroínas.
Por eso se ve alzarse una columna de humo,
un haz de orgullos áridos, una humilde palabra
y una guerra satánica y panteones.

Todas son heroínas.
Por eso se ve siempre que el horizonte ondea,
que brillan dulcemente trigales y tejados,
que vencidos los ríos cuadriculan los campos,
que empieza a arrodillarse el mar en ciertas playas,
que la voz es hallada por todos los senderos,
que suceden prodigios y ciertas conmociones,
que parten negros trenes y sencillas palomas,
maldiciones, plegarias y ululantes gemidos.

Todas son heroínas, y por eso
hay las manos transidas de tardes y de puertos
de donde el mástil zarpa, y la húmeda sonrisa.
Hay las manos postradas junto a los puentes rotos,
caídos en la noche como un tallo y un sueño.
Hay las manos curvadas sobre tiernos ladrillos
de lentos sueños rojos y actitud de coral.
Hay las frágiles manos que suspiran y emprenden
una angustiada marcha de arañas indecisas.
Hay las manos opacas, insolubles, fornidas,
con voces de muñecas solitarias muriendo.
Hay las manos que alumbran con un deseo oscuro
de tocar un redoble bajo el agua dormida.
Hay las manos ardiendo de pue sobre el cansancio,
alentando los surcos y acallando el amor.
Hay las tórridas manos celebrando en un yunque
el rito de la espada, la herradura y la voz.
Hay las manos que tienen veinte años y una risa,
las inquietas de un niño moreno por la dicha,
y hay las pálidas manos que llevan a los labios
una carta rosada y un temblor.

Y en su presencia múltiple, vibrando como un árbol:
Las manos y la triste vendimia de las horas.
Las manos y la tierra que estrían los intentos.
Las manos y el deseo que tienen de ser naves.
Las manos y la sombre que proyectan las flores.
Las manos y el delirio de luces que las llaman.
Las manos y las piedras que acarician los niños.
Las manos y los cuerpos ardientes como espigas.
Las manos y la espera que destrozan los dedos.
Las manos y la angustia tendida como un arco.
Las manos y el silencio postrero carcomido.
Las manos y los viajes que no se hicieron nunca.
Las manos y la última moneda que nos queda.
Las manos y los llantos ocultos con un lirio.
Las manos y las manos, su unión y su calor.

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